Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

18 nov 2014

La confesión de antaño


                         Por: Ma.Delia Perla Velázquez Banda




Quince días después del duelo de la muerte de Jacinto, esposo de Claudia,  el día 22 de Noviembre de 1990, en donde apenas se asoma la luna para ser testigo de aquel acontecimiento que iba a desarrollarse en aquellos instantes, por una ventana de una casa modesta y antigua, se podían apreciar dos personas de edad avanzada sentados en una sala: Don Porfirio con una edad de 73 años y Claudia de 70 años.


En cuanto a sus vidas, Don Porfirio se casó y se divorció un año después, por lo cual no tuvo hijos , sin embargo Claudia tuvo cuatro hijos y 13 nietos que a su casa llenaban de alegría.

En está ocasión Claudia le pidió a toda su familia que la dejará unos días sola para mantener su duelo, y reflexionar acerca de la muerte de su esposo.
Estaba Claudia en aquella noche recordando y observando las fotos de todos los momentos que vivió con su querido y amado Jacinto. En su cama, recostada y con lágrimas en los ojos, lamentaba la partida de su esposo. Después de unos cinco minutos llega, de forma inoportuna, Porfirio; hecho que  causó gran descontento a Claudia. Con pasos lentos y  apremiantes a la vez, Claudia se dirige  a la puerta, donde Porfirio sigue tocando con firmeza; ella con una pequeña mueca en su rostro abre lentamente la puerta  y  dice:
-¡Buenas noches, Porfirio! , ¿en qué te puedo ayudar?
Porfirio, con un nudo en la garganta y  sudor en la frente a  pesar de las bajas temperaturas de la ciudad de Puebla, le dice con timidez:
-Claudia, disculpa por venir a estas horas y por no avisar con tiempo de que venía para tu casa, pero necesito hablar urgentemente contigo. ¡Tengo algo que me mata desde hace años!
Claudia, un poco asustada, le dice:

-Pasa, acompáñame a la sala.
Los dos pasan a la sala, y Claudia abre las cortinas de aquel cuarto en donde se aprecia con distinción la luna. Ella le ofrece un té y éste  lo rechaza por la urgencia de hacerle su confesión, como a un sacerdote después de haber cometido un gran pecado.
-¿Qué es eso que te mata, Porfirio?
Porfirio, tartamudeando, menciona:
-Clau…Claudia. Tenemos 40 años de conocernos y a lo mejor no es el momento apropiado, pero quiero confesarte que desde que te conozco, estoy enamorado de ti.
-¿Cómo? -Pregunta Claudia, desconcertada.
- Estando casada, ¿te enamoraste de mí?
-Tú sabes que soy una mujer conservadora y que nuestra amistad surgió sólo de compañeros de trabajo. Esto me pone muy incómoda, ya que sólo te trataba como hermano y te hiciste mejor amigo de mi esposo. ¡Jacinto y yo te veíamos con una y otra mujer después de tu divorcio; nosotros pensábamos que las relaciones serias no eran tu fuerte! Ahora después de pocos días de viuda, ¿vienes a confesarme tu amor? ¡Nunca va a poder pasar nada entre nosotros, si ese es el motivo de tu confesión! ¡Lo lamento mucho Porfirio!
Porfirio, con un llanto parecido al de un niño al que le prohibieron el regalo que más añoraba en su vida, agachó su cabeza y le dijo:
-¡Lamentó mucho hacerte sentir  incómoda! Al decidir venir a verte, y  confesarte mi amor, sabía que existía la posibilidad al rechazo.
Porfirio se pone de pie, abraza a Claudia, le da un beso en la mejilla  y le dice sollozante:
-¡Eres la mujer más increíble del mundo!, ¡Sigue siendo feliz con tus hijos y nietos!
Claudia se acongoja y también con lágrimas que parecen no terminar, continuando el duelo de su esposo, le dice:
-Te quiero, pero como un gran amigo y es sólo lo que puedo ofrecer a estas alturas de la vida. ¡Deseo que puedas encontrar gozo y felicidad con otra mujer!
Sonriendo, desapareciendo un poco su dolor, le dice:
-Por ejemplo, con Doña Urbina, la de la panadería que te regala unas piezas de pan y te invita después a cenar a su casa. Deberías de hacer el intento de poder vivir momentos alegres con otra mujer y darle una oportunidad a alguien de vivir recuerdos imborrables.
Porfirio, responde:
-¡No sé!
Claudia lo acompaña hasta la puerta:
-¡Adiós Porfirio, que Dios te bendiga!

Se despiden  con un beso en la mejilla. Y a partir de que Porfirio salió por la puerta, no sé supo nada de él. Se escucharon rumores de que había viajado a Italia y conoció a una mujer con la que se casó para pasar momentos alegres en su vejez y  que lo amará hasta su lecho de muerte.


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