Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 nov 2014

Mi nuevo hogar está plagado de rosas


Por: Ghisselle Ávila Salazar

Al principio dudé. No estaba muy segura de querer nadar en ese mar de recuerdos, pero había gastado una pequeña fortuna en llegar hasta ahí, así que sólo respiré, inserté la llave y abrí la puerta de metal oxidado, que hizo un espantoso sonido al momento de moverse. Quizá la entrada estaba enojada también, por el largo abandono al que había sido sometida. 

Me adentré sin vacilar más en aquel adorable pueblito llamado Dios nunca muere. Rara era la vez en que dejaba de llover, por lo que no me extrañó que las rosas crecieran, fabulosas, alrededor de la casa y a lo largo de todas las paredes. Eran las reinas, ahí sólo mandaban ellas; sabían que mi abuela las había amado. 
"Siempre tan coquetas," las saludé. "No se preocupen, no pienso quedarme demasiado." Concluí mientras proseguía con  mi inspección. Todo seguía en el mismo lugar que la última vez, en aquel inmenso patio que más bien parecía una selva. Todo se veía verde y hasta infinito. Como un pequeño Edén, los árboles habían crecido gloriosos, tranquilos, sus frutas rebosaban y pegaban unas con otras, mientras que el resto se amontonaba a los pies de aquellos árboles de serenidad envidiable.
Las herramientas de trabajo, avejentadas, se aburrían en esas vacaciones que habían durado siglos; para su tristeza, sabían que nadie querría usarlas de nuevo.
El brillante sol, siempre constante, se asomaba de entre varias nubes negruzcas y perezosas, que amenazaban con lluvia de nuevo. Nunca se cansaban de fertilizar la tierra de aquel feliz pueblito, ni de regar los corazones de aquella amable gente.
"Una vez que llegas aquí, aunque sea por casualidad, jamás te vas." Solía decir mi abuela, cuyo recuerdo bañó de pronto mis pensamientos. Siempre creí que era una excusa, que simplemente se había alejado de las aves de rapiña, que eran los miembros de nuestra familia, menos de mí, porque sé que me quería. Y llevaba algo de cierto. Sin embargo, cuando pisé el suelo de la anciana casa confortante, recordé que el rencor no podía ser lo único importante para ella, que tenía razón. Ahí me sentía en mi hogar, ahí seguramente sería un buen lugar para que yo pudiera alejarme de mi espantosa familia, también. Después de todo, amaba los lugares húmedos y hasta un cierto punto grisáceos, igual que ella.

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