Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

13 nov 2014

No, no, no.

Por: Saulo Fernando Rodríguez Herrera.




No veas esto, no enseñes eso, no toques aquello, no, no, no…

Hasta ayer yo tenía no más de once años. Vivía con mi madre y la abuela en la finca que dejó Abelardo, el tercer esposo de mi abuela. La finca era inmensa, a orillas de la carretera. Detrás, una enorme huerta llena de nopales que tiñen sus copetes de rojo cardona, allá por los meses de agosto y septiembre.

Mi madre le pagaba a la Clara, una hermosa joven de 21 años que un día llegó de la nada buscando trabajo.

Su tarea era acendrar cada rincón de la finca. Mientras Clara hacía su trabajo paseándose por los corredores y habitaciones, yo la seguía, observando la perfección con que ejecutaba cada uno de sus actos.

Clara solía mirarme con sus ojos marrones, un color parecido al de la tierra que ha sido golpeada por las gotas de lluvia. Su mirada era igual a la furia de las nubes del huracán. Tan severa y llena de carácter, pero a la vez, con mi inocencia de niño encontraba la sencillez en su mirada. La sinceridad de su ser la mostraban sus ojos. Dulce y atenta, al mismo tiempo aciaga y llena de cólera, cólera apasionada. Su mirada era sublime.

Por supuesto que a mi madre no le hacían gracia las atenciones que le prestaba a la Clara, y que ella me prestaba. Cada que podía me mandaba a hacer infinidad de tareas con tal de que no estuviese con la “criada vulgar”, como solía llamarla no tan a sus espaldas.

Clara y yo en secreto la llamábamos “La Perversión” pues nos llamaba pervertidos cada que nos encontraba juntos en alguna de las habitaciones.

¡Oh, ingenua Clara!, por qué contradijiste a “La Perversión” cuando llorando recordaba como a un santo a quien fue mi padre, aquel que nos abandonó en cuanto se enteró de que yo vendría al mundo.

¿Habrá cosa más pervertida en el mundo que apuñalar a la persona más fiel que has encontrado en la vida por el pecado de profanar la imagen y el recuerdo de quien más dolor causó en ella?

Ahí estabas, recostada en mis manos, húmeda y fría como la nieve. Veintisiete puñaladas abarcan tu cuerpo excepto el rostro; "La perversión" quiso conservarlo intacto para tener un bello recuerdo.

No veas esto, no enseñes eso, no toques aquello, no, no, no. Demasiado tarde para educar. He tomado el puntiagudo puñal que aún escurre tu sangre. El puñal lo deslizo por mi cuello muy despacio y presiono para externar la profunda herida en mi alma. ¡Justo en la yugular! En un acto de justicia tu sangre y la mía se vuelven una, mi Clara.


Adiós madre. Ojalá consigas  quién limpie el desastre.

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