Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

1 sept 2014

Ensueño del mártir


                                                 Por: Jairo Cristóbal Norato Franco.




El llanto invadió todo el pueblo, la noticia corrió como presa con las compuertas abiertas, no podía ser como reguero de pólvora, siempre fui un hombre de paz, hasta en los últimos días de mi vida. Polémico, si y odiado por muchos, pero la muerte que constantemente me observaba casi desde que nací tenía la certeza de que yo era un alma ligera. 

Veía salir a las personas de sus casas y tomar de sus jardines, flores. El paisaje Comiteco siempre estuvo rodeado de bellas flores. Veía salir a las vecinas de sus casas, las más sensibles echaban inmediatamente al llanto y al abrazo, las más devotas a cubrir sus lágrimas con el rebozo, los hombres por ejemplo; sombrero al pecho, la cabeza gacha. No importaba para ninguno de estos personajes el inclemente sol, parecía que la perdida de mi persona fuera más importante, algunos parecían haber sido tocados por la muerte o al menos de haberla visto cuando me arrebató la vida, pero todo era dolor del corazón y mente.

La casa con sus techos de teja, que habite por años normalmente llena de personas por la farmacia, hoy parecía inundada por los pacientes y vecinos de todas partes de Tuxtla. Los más cercanos se abrían paso a codazos llegando casi hasta afuera de la farmacia, la cual por vez primera se encontraba cerrada. En el patio principal; el ataúd, parecía madera de roble, pero no lo supe a ciencia cierta, parecía más de piedra, una roca negra, como si me cuerpo pesara las toneladas físicamente, cuando solo estaban partes de mi cuerpo maltrecho, mi cuerpo, que para nada pesaba esas cantidades. Lo que si pesaba esa cantidad, era mi amor a la defensa civil. 

Tomadas a la caja y me entristece decírselos; mis hijas, Matilde y Ermila al borde de la locura, con el llanto más arrebatador, una escena tan contraria a la explosión de colores que había ese medio día soleado, el color del césped, el azul celeste del cielo, las gardenias con sus hirientes flores blancas. Me distraje observando el pan y el café que se veía tan antójable y que hoy ya no podía ni olerles ni probarles así como no podría más enjugarles sus lágrimas a mis familiares. Observe a mi hijo Ricardo, todo un caballero, rígido con la vista al ataúd, al pecho, como si mirando con ese odio y fuerza pudiera reanimar mi corazón. Palabras, palabras y palabras acompañadas de llantos, suspiros, y rechistar de dientes, acompañadas de gallinas, ramos de flores, sobres con billetes de 50 y 20 pesos, cartas de pésame, hasta una pequeña niña entrego su muñeca a una de mis hijas. 

De pronto los asistentes tomaron la caja, la subieron a sus hombros y se cumplió la promesa que siempre les pide me cumplieran al morir, ya fuera por causas naturales o por asesinato, intuyendo mas esta última. No quería velorio, ni rezos, ni prolongar el dolor a nadie, en ese momento se hacia mi voluntad aun después de muerto. Vi algo sorprendente, la caja que habían levantado mis hijos y hermanos, fue deslizada por la multitud hacia las manos de muchas otras personas, todos querían acariciar la caja, la cual se iba abriendo camino entre el pueblo, me sentí un santo. 

Mis hijos al principio indignados intentaron reclamar, pero su garganta no les respondió, y nuevamente entendieron lo que siempre les dije; "Yo soy más del pueblo que de ninguna mujer para tener a otra más que a su madre y a ustedes como hijos". Hasta en la muerte se cumplía esa cita. Recordé a mi mujer, en la mirada de mis ahora huérfanos sucesores, quería meterme a sus pensamientos les veía tan tristes y recordé muchos años antes mi propia tristeza cuando murió Delina y sin querer me adentre a mis propias reflexiones, buscando esa parte de mi esposa que me hizo mucha falta cuando murió, y a la vez la felicidad de haber crecido con ella tan de cerca, cuando la conocí, en mi juventud.

El pequeño centro histórico en invierno no era precisamente lo más bello de Comitán y al estar en los altos de Chiapas, los fríos se volvían inclementes. Fue ahí entre flores y pinos que se conocieron. Muchos niños de clase humilde corrían como si les acosaran y por lo general lo hacían por dos cosas, o corrían por que alguien les perseguía ya que se habían robado algo, o solo lo hacían para entrar en calor y así no morir de frio. Delina fue una niña muy traviesa y ese día corría ya que le pisaba los talones el panadero que quería la pagara los bolillos que se había robado, cansado y dándose por vencido decidió que después le daría la queja a su madre, la cual con el inclemente frio agonizaba, después de una enfermedad no atendida, la mamá de Delina sucumbió. La familia Domínguez adopto a los huérfanos ya que la madre de Belisario era hermana de la muerta. 

Belisario observaba con gracia a su prima. Él tenía apenas 16 años y ella 8, algo le llamaba la atención que no podía dejar de verla, su sentido de protección y caridad, ya que la pieza de pan las repartió con los niños que titilaban de frio. El pago con su mesada el importe de los panes y le dio otra bolsa a la niña para que continuara con su misión. 

Justo a esa edad Belisario salió del país, a concluir estudios de derecho en Paris, regreso a los 25, Delina tenía ya 17 y no la vio como la prima lejana o como la hermana que habían criado sus padres, la vio como una mujer y Delina le vio como a un hombre, ambos atraídos se besaban bajo los árboles de copas grandes en los jardines comitecos, detrás de las arquerías, sentados en los balcones, tras las fuentes, ocultos en la iglesia. A los 27 se casaron por el civil, ya que la iglesia católica no quería casar nunca a unos primos de sangre. 13 años duro el matrimonio, cuando su esposa murió, igual que la madre de ella no logrando ser atendida por especialistas, ni por el mismo que tanto se preparó en la medicina. Perdió a su compañera de vida, dedicándose de lleno a la política, al derrocamiento de la dictadura, enfocando todo su coraje contra los abusos. Nunca volvería a buscar a otra mujer, después de la partida de su mujer, se casó con la patria. Y parecía que la buscaba en cada acto de protesta que manifestaba y así fue.

La procesión con mi ataúd se hizo y así siguió avanzando hacia el panteón que ya esperaba, así como Comitán en el futuro, con la extensión de su nombre con mi apellido, la dulce venganza de un caudillo que observaba atento a cada personaje, incluidos mis asesinos. 

Era el momento de cruzar el mundo físico de la mano de mi mujer. De apagar esos demonios que me perseguían enojado por mi abrupta muerte, de dejar a la posteridad las palabras y convicciones de un simple mortal que hoy con gozo se reencuentra con la mujer de su vida.

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