Marco Antonio Cansino Gracidas
Yo nací
justamente cuando tenía ocho años y te sorprendí en aquel sofá de una casa que
habitaba con mis padres y que a los tres o cuatro años dejamos porque la renta
era muy alta. Recuerdo que era una niña a la que nadie comprendía, o quizá era
al revés, yo no comprendía la incomprensión de los demás.
Desde
pequeña me ha gustado ser una persona solitaria, pero no de esas que realmente
quieren existir para ellas mismas. No. Me gusta estar sola pero rodeada de
gente y de historias, de viejos pueblos y de lugares extraños. Quizá es por eso
que he decidido mantenerte conmigo de distintas formas, con nombres distintos
cada noche.
Todos
los días llegaba al mismo sofá que, sin importar el domicilio, seguía siendo
parte de la familia; de mí, de ti, de nosotros. A los doce años
aproximadamente, y con un girón que anunciaba cambios en mí, te fuiste
convirtiendo en una parte de toda mi existencia. Era extraño que, a pesar de que no salía de casa
como mis primas o los niños y jóvenes vecinos, yo era más libre de lo que tus
historias dicen que se puede ser.
Libertad,
libertad es lo que anhelan todos y es tan fácil: solo tienen que conocerte para
entender que una sola palabra puede ser sinónimo de libertad si la encuentran
contigo.
Hoy vuelvo a posarte entre mis manos, como cada tarde lo hago, mi relicario de sueños, mi eterno tejido, en nuestro sofá, ese sofá donde yo, ave en vuelo, siempre regresa al nido.
Es
mi amor un lago en el firmamento,
la
palabra azul que a la rima sigue,
el
soneto blanco que me persigue,
la
luna abril y el vibrato del viento.
Es mi amor la viajera de tus hojas
que en la luna, en el borde de tu aliento,
en el borde de la luna, el cimiento
milagroso de la pluma se deshoja.
Nunca me dejes sola en nuestro encuentro,
Tejido
sin nombre, luna del centro.
Por
favor, manténme justo contigo
donde
se da tu encanto y mi alma gira,
que
no hay Sanchos, que no cantan las liras,
que
Tebas no se defiende sintigo.
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