Por Naomi Zareth Castillo Morán
La mañana es gris azulada, las nubes parecen terciopelo y me
recuerdan al vestido que tanto le gustaba. Hay silencio y dolor en la
habitación. Le dije que se fuera, que yo no lo merecía ni él a mí. Que me
aventara por la borda o que me amarrara a las vías del tren. Que me dejara en
medio de la lluvia y mientras se resguardaba en un lugar seguro, me viera desde
lo lejos, que viera como la ropa se me pegaba a la piel y mi rostro escurría de
negro y rojo. No aceptó ninguna de las opciones; yo quería que me hiciera más
daño porque no era suficiente; quería odiarlo de veras. Se fue en la mañana
antes de que yo despertara y no dejó nada más que su olor.
Yo estaré bien. Dejaré crecer mi cabello hasta la cintura, aprenderé
a tocar la guitarra y el ukulele, tomaré clases de defensa personal y de
cocina, derrumbaré muros y construiré cimientos. Ya no me preocupa tanto mi
apariencia, me arreglaré para mí y no para los demás. Cortaré mis uñas y dejaré
que crezcan callos en las yemas de mis dedos.
No le temeré a las caídas y los golpes, siempre y cuando esté
dispuesta a levantarme y sanar… ya sé que no siempre es lo más placentero, pero
también sé que no tengo carácter. Ser distante, enojarse por cualquier insignificancia
y demandar cosas sin ser amable con la gente no es tener un carácter fuerte, es
ser inmaduro y esperar a que todo salga como lo planeas sin abrir la mente a
otros resultados probables. Necesito dejar de ser así.
Necesito dejar de planear, y empezar a hacer; dejar de tomarme las
bromas en serio y soltarme un poco. No digo que todo lo tenga que hacer de
golpe… baby steps. Podría empezar por
callar un poco a los monstruos; esas molestas voces en mi cabeza que suenan muy
parecido a mi propia voz, pero que ansían gritarle a la gente que esa falda le va
muy mal, que su opinión no es válida solo porque es diferente a la mía, que
huele a camión, que… ¡basta!
Si tuviera gente cercana; alguien que me dijera “la estás cagando”;
alguien que abra mis ojos a lo que me rehúso a ver. No; no puedo culpar a los
demás por mis errores. Cada domingo me dicen “ten gracia, perdona, sé amable”;
yo asiento y a veces hasta lo anoto… qué hipócrita. Si pudiera ser completamente. Si pudiera vivir y no
sobrevivir nada más.
¿Qué quiero ser? ¿Una empleada o una jefa? Me gustaría tener mi
propio negocio pero a veces no tengo iniciativa; necesito que alguien me diga
qué hacer. Tengo miedo. Quiero, y quiero, y quiero muchas cosas pero no trabajo
duro para obtenerlas. Se quedan en ilusiones vacías que nunca se materializan.
Anhelo viajar, aprender idiomas difíciles, trabajar de mesera en un
pueblo rodeado de montañas, cantar hasta el amanecer y nadar en un lago
solitario. Tomar el sol un par de horas, hasta que mis hombros se pongan
colorados y me salgan pecas en las mejillas. Disfrutar de un café con
piloncillo y canela mientras mi amado me lee algo, lo que sea.
Quiero muchas cosas y no sé lo que quiero. Es la crisis de los
veinte. Pensaba que es esta edad ya tendría un plan, algo que me hiciera sentir
segura. Sé que quiero casarme y tener una familia, pero eso todavía está lejano
y no sé qué haré en el inter. Me disgusta la vida que vivo. No he pensado en la
muerte, aún no he llegado a tanto; sin embargo, nada me completa, ni siquiera
él lo hacía. Nada me completa. ¿Por qué? Solo una cosa: algo que me lleva a
comprender tanto sin hacerlo por completo. Algo que me eleva y mantiene mis
pies en la tierra al mismo tiempo. Algo que me engrandece pero me hace humilde
simultáneamente; Algo que cambia la suciedad por pureza y las cenizas por
belleza.
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