Daria Marcela Barboza Treviño
Siempre escuche a las personas decir que si cerramos los
ojos e imaginamos todo será mejor, ¡quizá tengan razón! Aunque en ocasiones no
necesito hacerlo, no mientras este en mi mundo. El mundo de fantasía de
Estefanía como todos lo llaman.
Constantemente veía a Damián, era lógico que atrapara mi
atención. Cada vez que yo aparecía su corazón se aceleraba como una locomotora.
Tenerlo a mi lado era un martirio porque de algún modo el siempre hacia que mis
bajos instintos relucieran. Por tal razón odiaba aquella clase y por otro lado asistía todos los días sólo
para verlo. A diferencia de cualquier lunes, hoy sólo esperaba su llegada, sólo
esperaba que apareciera.
Entonces llegó, montado en su Harley negra. Con su chamarra
de cuero en tono carmesí como la sangre que recorre sus venas, sus botas cafés
y su pantalón de mezclilla deslavada. Dándole el toque interesante de rebeldía
que me encanta en un hombre. Cuando bajaba de su moto lo único que me gustaba
observar eran sus grandes piernas, su espalda ancha y su cabello despeinado de
color negro volando con el viento, simplemente tenía la necesidad de tener su
cuerpo, de saberlo mío y un deseo de querer arrancarle la vida se apoderaba de
mí. Yo sé que él me daría su alma sin pensarlo, eso se nota, pero el problema
no es quitársela, el dilema seria cómo vivir sin él...
Damián caminaba rápidamente hacia la mesa donde me
encontraba, prendió un cigarrillo a medio camino, lo fumó tres veces y justo
cuando estaba frente a mí, con un movimiento brusco, sacó de su mochila un
periódico arrugado, lo lanzó sobre la mesa con fuerza, apagó el cigarro en ella
y con un tono fuerte de voz preguntó.
-¿Qué vez en la portada?
Su enojo era claro, pero realmente que respuesta espera que
salga de mí. Tras una larga discusión él dijo cosas que no voy a olvidar. Pero
su última frase, esa fue lo que colmo mi paciencia si es que existe una en mí.
Damián llegó al punto sin retorno, un punto donde yo ya no controlo lo que
hago. Hice mi mano puño, le di un fuerte golpe al casillero para tratar de
controlarme y mirando al vacío en el suelo le dije:
-“El que sobrevivieras una noche a mí no quiere decir que
seas inmortal”
Me di la media vuelta y comencé a caminar sin voltear
atrás, necesitaba alejarme de todo y de todos porque aún estaba enojada y eso
es un gran problema. Me metí una o dos pastillas de menta a la boca para
entretenerme y comencé a correr esquivando personas, saltando cosas, sólo
necesitaba un momento a solas.
Entonces me metí en la biblioteca, luego me dirigí a los
baños de mujeres, solitarios como siempre… ¿Alguna vez has pensado en huir para
no hacerle daño a nadie?, ¿te has enojado tanto que sientes como si algo se
apoderara de ti desde el interior? O simplemente ¿te has arrepentido de ser tú?
“Estefanía lo que necesitas son respuestas”, pensar en esas cosas es parte de
mi rutina y salir corriendo ya se me hizo costumbre pero creo que siempre fui
así, un animal huyendo de las personas. Lo único que me calma un poco cuando
estoy al borde de la locura es pensar en mi infancia. Eso me recuerda la
humanidad que creía perdida.
Cuando era niña mis padres me compraron un perro al que
llamé Sultán. Era un pastor alemán que me acompañaba todas las tardes a jugar
en el jardín, aún recuerdo aquellos días de otoño cuando Sultán y yo nos
tirábamos al pasto lleno de hojas secas de los árboles y veíamos el cielo, o
por lo menos yo lo hacía mientras le contaba a mi perro cosas como que a mi
mama no la veía mucho por su trabajo. Ella era geóloga y no muy seguido se
paraba en la casa, tal vez eso me hizo ser independiente, ella le ponía tanta
fascinación a su trabajo que terminó apasionándome su mundo de rocas y lugares
nuevos por conocer.
Mi padre que decir de él, un pintor, un excelente pintor,
tan bueno que a veces olvidaba que tenía una hija y la única manera de entrar
en su mundo era interesándome en sus pinturas. A eso le debo mi talento nato
para dibujar. Hermanos nunca los tuve, hasta me atrevería a pensar que solo fui
producto de una aventura entre una ingeniera y su contraparte artista.
Mi única salida eran mis abuelos, ellos me llevaban todos
los días a las tres de la tarde a un viejo café que les fascinaba, “Las
bugambilias” era su nombre y los dos siempre tenían una nueva historia o
leyenda que contarme cada día después de comer. A esa acción le debo lo
romántica y fantasiosa que soy.
No culpo a nadie de lo que soy hoy en día, ¿tal vez si mis
padres o abuelos fueran otros no sería yo?... Una lagrima recorrió mi mejilla,
cayó al suelo y me di cuenta de que tenía que relajarme si no quería perderme
en mi propia mente, En ese momento un sentimiento de soledad se apoderó de mí.
Me relajé un poco y caminé a los lavabos para refrescarme la cara, me vi al
espejo, mis ojos ya no son tan míos, ya tienen ese color ámbar amenazante.
Muchas mujeres tienen miedo a la soledad, se sienten
vulnerables, pero yo no. La realidad es que sola me siento más cómoda, más
libre. Y de nuevo mi infancia, al no tener una niñez como la de los demás, al
ser más independiente no conocía el miedo excepto por una cosa, la oscuridad. Para
empezar dormía sola en una enorme habitación con grandes ventanales. Mi casa es
antigua porque al excéntrico de mi padre le encantan las construcciones viejas,
así que entre más empolvada y enorme era mejor vivienda para él.
La desesperación se apoderaba de mí y tras muchas noches de
angustia por fin encontré la solución, la luna llena, sí la luna amarilla y
grande que me calmaba cuando sus rayos atravesaban las cortinas transparentes
de mi habitación. De eso nació mi fascinación por ella y la extraña obsesión de
verla cada vez que estaba en esa fase.
El miedo es parte de la vida, todos tenemos o tuvimos miedo
en algún punto pero yo no tengo ningún temor ahora más que a mí misma.
Saque de mi bolsillo una hoja de dibujo doblada y mi
encendedor. Abrí la hoja y una imagen conocida apareció, un recuerdo maldito de
aquel viernes regreso a mi memoria. La representación del cadáver de mi
asaltante echa por mi mano estaba plasmada con detalle en grafito y papel. “Sí,
Damián tenía razón, eres una asesina Estefanía”, susurré.
Guardar secretos es parte de la calidad humana, tal vez por
eso siempre trato de mantener el mío a salvo. Yo no soy una asesina a sangre
fría, soy una cazadora de depredadores que se salen de control. Mi pequeño
secreto es el problema de muchos que ni siquiera sospechan el riesgo que correr
al socializar conmigo. Yo no creo en Dios porque si él fuera real las personas
como yo no existiríamos. Lo que soy rebasa el límite de una leyenda, de un mito;
soy más que una pesadilla real y eso no me enorgullece, pero esta es mi
maldición y si Damián sabe mi secreto entonces tendrá que ser eliminado.
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