Abismo
César
Alejandro Cantú Olivares
“Hago esto porque siento que
es necesario, por y para el bien de lo nuestro, que dejemos las cosas como
están ahora; no quiero que pienses mal, no hay nadie más que tú; sin embargo,
siento que nos estamos adelantando a momentos que, si los viviéramos en un ambiente
propicio para que florezcan, en lugar de forzarlos y estar al borde de errar al
tomar decisiones serias siendo apenas botones, fuesen verdaderamente bellos y
memorables... escucha, de seguir a este ritmo tan despiadado: tu mal humor, tu
intento por poseer mi libertad, tu desconfianza hacia mí, no sé qué pasaría conmigo,
mejor, por mi bien, y quizá por el tuyo, debo alejarme de ti, no quiero más
este dolor extraño que provocas en mí, extraño puesto que alguien que yo no
amase no pudiese provocarme dolor”. Cavilaba estas palabras, que escuché hace
ya más de dos meses, de aquellos labios que ya no serán más míos, produciendo
que las rosas venenosas del amor, huyan del que incitan ahora, llevándose el
amor y dejando sólo el veneno, mientras me dirigía, triste y tranquilo, a
esperar el camión.
Había estado en el bar con unos amigos, fingiendo estar
bien, me emborrachaba y más me llenaba de sus recuerdos cuanto más se vaciaba
la botella.
Estaba lloviendo leve, hacían unos vientos de los mil demonios y
un frío que haría temblar hasta los muertos. Resulta que era el ambiente
predilecto para emprender un cigarrillo. Apuré la colilla a mi boca y aspiré
una gran bocanada de humo gris, gris como las nubes de la lluvia, como el frío
del aire; gris como lo triste de mi alma y lo solitario de mi corazón, entendí,
casi como epifanía, que desde entonces estaría en soledad, pues, después de todo, los amigos sólo me sirven
para no beber solo -y una tristeza minaba mi corazón y una descarga de ansiedad, más
fuerte cada vez, de la que ya de por sí atormentaba a mi ser empezaba-: quiero
olvidar todo lo que soy y todo lo que he sido. Quiero que mi comportamiento
cambie, ya no seas así, por qué eres así: impaciente, ansioso, pretencioso y,
sobre todo, un hombre sin palabra -daba una segunda bocanada observando entre la noche a lo lejos una luz de camión que no llegó-, y tú sabes que esos valen nada, observa, tus
seres queridos poco a poco se van alejando de ti, ¿eso quieres?, la soledad a
la que tú sólo te orillas, ¿por qué te auto-destruyes?, ¿qué a caso no te
quieres siquiera tú? Si dependiera de mí ya me habría evadido con la muerte
desde aquel último día, aunque no creo ser lo suficientemente valiente y no
menos miedoso como para acometer tan terrible empresa, es más, no creo que seas
lo bastante ingenioso como para pensar en el “cómo” finar a tu mismo ser tú
mismo, ¡claro que lo “he”!, puedo beber bastante cloro o cualquier otra
sustancia tóxica, he estado buscando viudas negras para provocar una mordida
letal, me metería al ejército y sería lo mismo que pensar en suicidio, pero
sabemos que soy tampoco aguerrido, además en el ejército se dan duchas con agua
helada, ¿qué hacer entonces si no eres valiente? Pues empezar a serlo, ¿cómo?
Puedes empezar por aumentar tu fuerza de voluntad y dejar de intoxicar tu
cuerpo –mientras veo el cigarro-… , y
pensándolo bien no sería tan estúpido como para hacer eso, jajaja, pero qué
ciego, olvidé que a cada segundo estamos muriendo, la vida es un gran suicidio,
el cigarro también es una forma de autodestrucción, ¿qué haces con esa
porquería todavía en las manos? ¡Tírala ahora!, no, mejor no lo tires, sólo le
falta la mitad, además te costó cinco pesos, mejor, despídete solemnemente y
promete que será el último cigarrillo de tu vida, porque eso también generaba
discusiones con ella, es verdad, ambos fumábamos, lo que sucedió fue que le
fallaste en aquel acuerdo que hicieron de dejarlo, seis meses duró, los mismos
seis meses que estuviste mintiendo de que ya no fumabas, quizá ella sí cumplió
su palabra, pero tú eres una vergüenza. Alguna de las
sustancias de aquel tabaco envuelto en papel sumándole los tragos, que hiciesen
5 litros si se contaran, debió desatar más la melancolía, causar un miedo
latente y provocar una crisis eminente que comenzaba a recorrer cada partícula
de mi cuerpo; para mi dicha, fue la última vez que decidiría sentirme así.
Una vez que el cigarro y la bebida hubieron de lograr en mí
sensaciones extrañas, decidí brindarle un poco de silencio a mi mente, y así,
la dejé sosegada, logré que se mantuviera callada, sentí alivio, pues cesé de
pensar en aquellas cosas que me hacían sentir un gran vacío, como si estuviese
al borde de un abismo. Así, una lágrima atrevida osó humedecer el borde de mis ojos, mas esa pequeña gota salina albergaba todas mis frustraciones: había entendido que debía haber un verdadero cambio en mi persona, esa lágrima representaría el comienzo de dicho cambio, entonces, disfruté de mi estado de ebriedad con una sonrisa
borracha.
Llego a casa después de 45 minutos en camión y otros 15
caminando, en el trayecto, voy todo mojado y mojándome más, observando, tambaleante, la luna que a pesar de las nubes brilla iluminando mi faz, procurando no
dejar que nada ni nadie interrumpa el sosiego en que he dejado mi mente, ni
tampoco perturbe la serenidad y alivio que trae consigo el mirar tanta belleza
natural, mucho menos irrumpir en mi estado de iluminación alcohólica… de pronto
he conseguido no atormentarme más por la ausencia de ella, sonrío mientras cavilo una reflexión que traería conclusiones asombrosas y agradezco
que haya estado conmigo.
Desde aquella noche de luna bella y vaticinios
provechosos descubro que, si no la tengo, tengo más tiempo para platicar conmigo
y conocerme a mí mismo. De este modo, el otro día, al salir de la escuela decido recorrer una calle en la que solía vivir cuando cursaba la primaria. Quizá
con ánimos de que algún recuerdo brotara y atrapara mi consciencia un instante transportándola
a ese espacio de tiempos remotos, también, he intentado platicar con mis
padres, mis abuelos, tíos, primos y hermanos, las investigaciones han sido
contundentes y fructíferas. He encontrado maneras de ser en ellos que encuentro
en mí y que considero errores, errores que hay que corregir a como dé lugar.
Últimamente no sueño dormido, sino que, despierto, es cuando
llegan a mí visiones. Si tuviese que describirlo diría que son como las
vivencias del pasado, nubladas por el olvido, que ahora el recuerdo y la
introspección inducida trae al ahora para que una vez más se vuelvan
vívidas y puedan disipar las nubes del olvido. Estoy en una etapa, después de
un año y medio de nuestra ruptura, en la que no busco ser alguien a futuro,
todavía no, aún me queda, primero, reconocerme en mi pasado. Acto seguido de
haber sacado a la luz algún recuerdo reprimido de la infancia, mi mente ha
empezado a querer sacarlos todos, como si encontrase alivio en el alma y un
paso hacia adelante en la empresa de conocerse a sí mismo.
Cuando aprendí a conocerme y a actuar siempre asertiva y
acertadamente mi mundo empezó a iluminarse, comencé a ver la vida desde otra
perspectiva, cambió radicalmente, entonces comprendí que era momento de pensar
en futuro, por lo que me esforcé en mis estudios para poder viajar. Pasaron cinco años y después regrese hecho
todo un hombre experimentado y humilde que aprendió tantas cosas de casi todas
las personas del mundo.
Ahora lo que quería era, después de todo este tiempo, ver su
rostro. Teníamos 20 años cuando nos separamos, ahora que tenemos 27 me pregunto
cuánto habremos cambiado.
Hace diez años ya que la vi por primera vez desde que no la
veía a los 20, y hasta ahora seguimos juntos, ya entiendo que ella se alejó por
amor, le pregunto que cómo sabía que decidiría hacer algo para mejorar y ella
contesto:
-No lo sabía, sólo confiaba en lo mucho que me amabas y que
eso haría que tú quisieras reconocer tus errores, yo supe reconocer los míos,
por eso decidí alejarme, para que cada uno pudiese resolver sus complejidades-
dijo con una gran sonrisa.
-Fue una decisión arriesgada, pero valió mucho la pena el
esfuerzo.
Luego de algunos años más juntos le diagnostican cáncer y
muere, yo me quedo solo, aunque feliz de haber compartido con ella tantos y tan
bellos momentos y agradecido de haberme dado la mayor lección de mi vida obligando a mi ímpetu a salir del abismo en el que nos hubiéramos quedado, y quizá hundido más, de no haber hecho lo que hizo.
Ahora espero tranquilo a que me llegue la muerte.
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