Por: Erika Berenice Cisneros Vidales
Un sofá de piel café, una mesa pequeña de
cedro, una botella de bourbon y un vaso estilo ¨old fashion¨ con cuatro hielos
servido hasta la mitad. Una ventana al frente y una vista hermosa a lo que se le
puede decir un bosque en la ciudad, la única parte natural que se conserva en
el lugar; mi casa está situada frente a éste, mis padres no habían dejado que
se expropiara para reforestación, así que es la única en muchos kilómetros
a la redonda y se puede disfrutar de, como vulgarmente le dicen, del parque.
Esta habitación es mi lugar favorito de toda
la casa, a pesar de que ésta cuenta con
más de diez, sin contar la sala, la biblioteca, el despacho y demás. Este
cuarto había sido de mi abuelo antes de partir; nunca supimos a dónde fue; una
mañana simplemente desapareció y aún habiendo gastado miles y miles en su
búsqueda, jamás fue encontrado. Durante mi niñez, y parte de mi adolescencia, yo
había sido muy cercana a él. Solía leerme libros, contarme historias y
mostrarme fotos y postales suyas de cuando había sido joven, cada una con una
mujer diferente. A pesar del inmenso cariño que le tenía, debo reconocer que
nadie es perfecto. Eso afligía a mi madre, quien además de tener seis hermanos,
tenía ocho medios hermanos a quienes realmente detestaba, pues los culpaba del
fracaso de su familia; sin embargo, todos sabían, al igual que yo cuando fui
mayor para comprender la situación, que el problema había sido mi abuela, si,
una mujer llamada Ana que parecía estar loca y muy desorientada que solo
hablaba de las pinturas del salón, siempre decía cosas de ellas, boberías
supongo yo. Así que el abuelo las quitó, pero en lugar de ayudar, la situación
empeoró. Él se desesperaba y era cuando salía de la ciudad para olvidarse de
ella. Fue por eso que inicialmente cuando no lo encontramos esa mañana de mayo
no nos sorprendió, solía irse sin avisar, solo que esa mañana no regresó. Para
ese entonces la abuela ya no vivía con nosotros, mi madre la había mandado a lo
que ella llamaba ¨la casa feliz¨, después de eso ya no la vi jamás. Fue así
como la casa se fue vaciando; quedábamos mis padres, Sara, mi pequeña
hermana, en ese entonces de tres años que sufría de un retraso mental; y mi
hermano, Oscar, mayor que yo, quien siempre discutía con mis padres, quienes al
final lo mandaron a una escuela militar a reformarse; qué ingenuos, ¨Scar¨
jamás cambiaría. Y finalmente, quedaba yo en esa casa, la hija intermedia si
quitábamos a mi hermano mayor Jorge, quien apenas hace dos años se había casado
con una prima lejana, que también solía vivir en casa; luego de haberse
comprometido se habían marchado lejos, pues mis padres no aceptaban dicha
acción, además de ser muy jóvenes, diez y nueve mi hermano y diez y ocho Claudia, eran familia.
Pero bueno, comienzo a divagar, eso no es lo que vengo a relatar. Si, el hecho
es que simplemente mi cambio de residencia, que parece una ironía, ya que
regreso a donde pertenezco, es gracioso el asunto, pues, prácticamente había jurado
que no regresaría jamás y aún menos a casa, pero héme aquí; bueno, el hecho se debe a una situación sentimental,
la distancia de la persona amada, disfrazada de una oferta de trabajo. A pesar
de ser un lugar pequeño es un buen sitio para el desarrollo de redactores,
escritores, periodistas, lo que vengo a buscar; por lo cual relato esto, pues
la oferta está, pero al igual la demanda, entonces hay que conseguir promotores
y demás por medio de tu historia y…
–Esto es mierda, una porquería. – me digo casi
a gritos, ¿Qué ocurre conmigo? Los nervios de la entrevista quizá, el adiós
puede ser, o ¿los nervios de regresar al hogar?
Trato de concentrarme, pero me es casi
imposible, mi mente anda por todos lados menos donde debe, solo pienso
tonterías. Mi madre decía que para dejar de pensar en algo que te afecta tenía
que ocurrirte algo aun peor. Es triste pero la verdad supongo que es cierto.
Es mejor dormir, la imaginación no está y la
creatividad se ha marchado. Tal vez debería cambiar de profesión, simplemente
las ideas no fluyen. Frustración.
Una cama ancha, sabanas blancas que
sencillamente me atrapan y me incitan a seguir durmiendo. La alarma… shh… que
pare. No se detiene. Es hora de seguir. Abro los ojos. Espero ver la luz solar
entrando por la ventana, pero por lo contrario solo hay oscuridad. La
habitación está cubierta por la inmensidad de la noche. Todo es sombrío y frío.
El viento se siente correr por el lugar; es extraño. No hay ventanas abiertas.
Me aseguro de eso. La ventana completamente cerrada e incluso con el seguro
puesto.
-
Esto es hermoso, - digo a la vez que suspiro
al ver el bosque, tan oscuro y tenebroso. Tan libre y abierto que resulta
silencioso y secreto.
Tic, tac… 2:45 am. Un reloj colgado en la
pared marca su tic, tac dando la hora; es gracioso, no me había percatado de su
existencia y mucho menos del constante tic, tac del movimiento de las
manecillas marcando el paso de cada segundo. Es irritante. Regreso la vista a
la ventana.
-
Que estresante… ¿Qué? ¿pinturas? Pero que…-
Tic, tac. El reloj en la pared. No… ¿pinturas?
Vuelvo a mirar.
-
¿Dónde est…-
Se
escucha una canción a lo lejos, una melodía clásica que apostaría es una pieza
de Mozart, pero como se va intensificando el sonido y se hace más claro se
distingue no lo es, solo es una canción de alarma. 6:50 am.
Despierto
en mi cama, sabanas blancas y rayos de luz tenue entrando por un pequeño
espacio entre las cortinas.
-
¿Pero qué mierda? – Un sueño, tan real,
ilógico, pero real.
Es
hora de tomar una ducha y después vestir mi ropa más cómoda. Un pants negro
hasta la rodilla y una playera negra de manga larga de cuello V, resaltando mi
atuendo con un par de tenis deportivos de color morado. Es hora de seguir con
la rutina.
-
Rosa, te encargo unos chilaquiles con un
huevo estrellado bien cocido y café americano, sin azúcar, bien cargado. Ah y
un jugo de zanahoria, estaré en el jardín.- Rosa, la señora que se encarga de
la casa grande desde que tengo memoria. No le agrado, de hecho, me odia, razón
por la cual siempre le encargo demasiados trabajos, pero claro, no se puede
quejar, tiene una buena paga.
-
Si, señorita Era, se lo llevo en un momento.-
sonríe hipócritamente y camina, respondo igual.
-
Oye, Rosa… ¿recuerdas las pinturas? Las que la
abuela odiaba…
-
Si, niña, están en la bodega, ya sabes, casi
por el parque. Bueno, no todas, solo las que quedaron intactas.
-
Vale, gracias. Espero mi desayuno en la…
allá.
Una
mesa redonda blanca de herrería garigoleada al igual que las cuatro sillas a su
alrededor. Asientos más incómodos que nada, pero a mi madre le gustaban. La
casa es tan grande, rodeada de un gran jardín hasta topar con el bosque y la
bodega entre estos dos, la cual puedo mirar desde mi lugar. Un sitio que parece
algo similar a un establo, pintado en su mayoría de color rojo y detalles
blancos. Allí es donde se supone que están. Bebo mi café, sexta taza antes de
las 8:30 de la mañana a pesar de que se que me mata, al igual que el bourbon,
pero no puedo dejarlos. Termino la bebida y m levanto prácticamente corriendo
en dirección al lugar. Luce descuidado, incluso parece abandonado.
-
¿Puedo ayudarte?
-
¡Ah! – grito,- ¿Quién eres?- un hombre de
unos 25 años, de piel morena y cabello castaño lacio, ojos marrones, una mirada
en la que puedes perderte realmente, extraña manera de mirar que me dice que
puedo confiar en el aunque no lo haga.
-
No. ¿Tú quién eres? Esto es propiedad
privada…
-
¿Propiedad privada? ¿es en serio? ¡ es mi
propiedad privada! Fuera de aquí.
-
¿Era? ¿eres tú? ¡Sí! Eres tú… lo siento, no
sabía que… ¿Qué haces aquí? Digo, no es
que no debas, es …
-
Shh, ¿Quién eres? No te conozco.
-
Soy Enrique, soy algo así como tu primo,
creo… solíamos jugar aquí cuando éramos niños, nos divertíamos tanto, e incluso
inventábamos historias sobre las pinturas y…
-
¿Cómo?
-
Sí, soy hijo de una de las medias hermanas de
tu madre, de Silvia…
-
No, no… sobre las pinturas.
-
Ah, sí, están aquí dentro. Vamos, te
mostraré.
Dentro
de la bodega se puede respirar un horrible hedor, un lugar que no ha sido
aseado durante mucho tiempo. Es enorme, sucio, desgastado. ¿Qué se supone que
hace entonces Rosa?
-
Ok, no hay nada… ¿Enrique? ¡Hey! Mierda,
donde estas… ¡Hey! ¡Ah!- grito al percatarme del aleteo de un par de palomas
alborotadas cerca de mi.- ¿Dónde rayos estas?- se escucha silencio, tanto que
hasta hay eco y escucho mis palabras. Mi ¨casi primo¨ no está. El lugar parece
estar prácticamente solo. No sé, es tan grande que no lo sé, además de que es
oscuro.- pintura, pintura, ¿Dónde están pinturas? Que estúpida, estoy hablando
con pinturas… que ni siquiera están,- río a mis adentros. No hay nada, el lugar
se ha terminado y ni rastro de ellas. - ¡Ah! Enrique… ¿Qué te pasa? ¿Dónde
estabas?- grito al ver que está detrás de mi.- no hay nada.
-
¿Nada? ¿Estás hablando en serio? El lugar
está lleno Era.
-
¿Qué? Mierda, claro que no… mierda… esto no
estaba… ¡Ah! – un zumbido comienza a aturdirme, hace que me tire al suelo a la
vez que cubro mis oídos. Me desmayo.
Abro los ojos, paredes blancas, suelo blanco,
sabanas, sillones, cortinas blancos. El hospital principal, caracterizado por
ser completamente blanco a manera de reflejar la limpieza y pureza del lugar.
¿Por qué estoy aquí? ¿¨Scar¨? ¿Es él?
-
¿¨Scar¨? ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí? ¿Qué hago
aquí?
-
Hola Era, vine en cuanto me enteré. Es lo que
deberías explicarnos tú. Debes dejar de hacer cosas que te hacen daño, sabes lo
que te afecta, sabes que no debes tomar y…- ¨Scar¨ sigue hablando, yo por mi
parte empiezo a recordar, no estoy aquí por tomar o lo que sea que los médicos
estén diciendo, fue a causa de las pinturas, si, el zumbido, Enrique…
-
¿Dónde está Enrique?
-
¿Quién es Enrique, Era?
-
Nuestro como primo, me llevó a donde estaban
las pinturas, y luego el zumbido, no es que tome, es, es, son las pinturas, ya
sabes, la abuela hablaba de ellas, siempre lo hizo, ¿recuerdas?
-
¿Qué? No entiendo de que hablas, ¿Quién es Enrique?
-
No finjas Oscar, sé que me entiendes, ¿Por
qué no me escuchas? No lo puedo creer… pero Enrique lo vio, lo escucho, te lo
dirá, verás que no te miento. Primero las vi en el jardín, luego
desaparecieron…
-
¿Viste las pinturas en el jardín?
-
Bueno, en un sueño pero…
-
¿Estás basando tu historia en un sueño?
-
¿Qué? ¡no! Las vi en la bodega, primero no
había nada, y cuando Enrique volvió estaban allí, después el zumbido y ya no
supe de mi… pregúntale a él.
-
Tranquilízate Era, has estado muy estresada.
Iremos a casa, y me quedaré un tiempo contigo, todo estará bien, ya lo verás.
Increíblemente, me tranquilizo… tiene razón,
¿Qué tonterías son las que estoy diciendo? Al parecer me estoy amarrando
demasiado a la historia de la abuela y un tanto a su loquera, supongo que a
falta de mi propia imaginación, lo que me recuerda que no he empezado mi
trabajo, lo que me recuerda que debo hacerlo, las cuentas no se pagan solas, ¿pinturas?
Qué tontería. Tengo que permanecer cuerda, ponerme a trabajar, enfocarme en lo
real, en lo que está, no él en lo que no. Pero… ¿Enrique?
-
Si, supongo que tienes razón, no estoy siendo
yo, la frustración y estrés que siento me hace alucinar, ver y querer llenar
espacios blancos donde no los hay, no puedo con lo propio y trato de envolverme
en algo más para pensar que lo demás está bien…
-
Si, ¿ves? Todo está bien Era. Vamos a casa.
-
Vamos, Oscar.
Los días trascurren lento. Primero la idea en
mi cabeza a cada instante, yendo y viniendo cada segundo. Perturbándome, no
debe interesarme. Pero va cesando, pronto parará, ya no me importará. Es
momento de continuar con la historia, ganar la oferta, quitar la demanda, tener
el trabajo. Vuelvo al jardín, la mesa de herrería blanca garigoleada. Y me
pongo a escribir.
-
¨… entonces fue cuando yo creí que todo
estaba perdido, pero encontré la respuesta en un cajón, que increíble, pero
verdadero, me llevo a algo paralelo, donde con la imaginación e inclusive la
esperanza del amar, las cosas buenas y anheladas se podía recuperar…¨ ¿Pero
qué… ¡Enrique! – me levanto y corro hacia él, que está muy cerca del bosque,
vestía lo mismo que la primera vez que lo había visto, jeans azules y una
camisa a cuadros. - ¿Dónde estabas? Te busqué, la gente se rió de mí, no me
creyeron, ya sabes, lo que paso.
-
Shh, Era… no paso nada… debo irme.
Simplemente se aleja, sin darme si quiera la
oportunidad de preguntar más. Estoy perpleja, no entiendo nada. Así que decido
regresar a la casa grande, dormir, tomar un baño…ambos.
2:45 am. Tic, tac. Tic, tac.
El sonar del reloj en la pared. Ya no hay reloj.
Solo una pintura colgando del clavo en lugar del primero. Es el retrato de un
hombre joven, piel morena, de cabellos castaños y ojos marrón. Me atrapa en su
mirada. Lo miro e increíblemente puedo sentir que también me mira a mí. Un
puede ser. Seguro es el sueño. Extraño sentimiento sentirte observada,
vigilada, a pesar de que la posibilidad es nula. Mucho ego para creer que eso
sucede y muy extraño al tratarse de una pintura, una simple imagen de un hombre
que sentía conocer. Es mejor olvidar el asunto. Seguir con la idea de
focalización en lo importante. Hay que descansar.
Despierto, las horas deben haber transcurrido
rápidamente, tal vez un par o algo más. Mi rostro empapado de sudor, mi cabello
pegado a mi rostro y mi ropa húmeda. No puedo abrir los ojos, solo respiro un
extraño hedor, justo como el de la bodega. A pesar de no mirar, puedo sentir
algo en el exterior, cerca de mí. Una presencia, no sé, algo que me acosa.
-
¡Ah! ¿Enrique?
-
Shh… está aquí… puede verte…
-
¿Qué? ¿Quién puede verme?
-
No quién… que.
Siento un escalofrío recorriendo mi cuerpo,
desde la punta de mis pies hasta el último de mis cabellos. Sensación que se
termina al percibir el zumbido que conocía de tiempo atrás. Me hace caer de
nuevo en el suelo, desmayar y en el último instante lucido, distingo la imagen,
la pintura…
Despierto en el suelo de mi habitación, justo
a un lado del sofá café de piel. La botella de bourbon está derramada sobre la
alfombra de color carmín. El olor es notorio. Me levanto. Ni rastro de la
pintura. ¿Qué sucedía?
Salgo al pasillo fuera de mi habitación y de
unas cuantas más. El cuadro, allí está. Rosa lo está colgando en el muro.
-
¿Qué? Rosa, quita eso. No quiero ver eso aquí. Llévalo a la bodega, tíralo, no
sé, has lo que quieras con él, pero no lo dejes aquí.- me mira extrañada.
-
Pero si es su abuelo…
- No
claro que no… sácalo.
Tiempo transcurre. Cada día aparece una nueva
pintura, una nueva imagen, una persona nueva en ellas, sintiendo con cada una
de estas la extraña sensación de que las conozco. No es así. La casa comienza a
llenarse de pinturas. Los cuartos y los pasillos. Todo saturado de estas. Todas
me miran, ahora estoy segura de que lo hacen. ¿Qué nadie se percata de ello?
Nadie…
Pero es que, no hay nadie. ¡No hay nadie!
¿Dónde se supone que está Enrique, ¨Scar¨, Rosa?
Siento escalofríos, miedo que recorre mi ser.
No entiendo nada de lo que pasa, si es realmente pasa y no sea que me este
volviendo loca evitando ver lo que realmente pasa… una persona frustrada, que
no hace nada… las pinturas me hablan…
-
Cállate, cállate…
-
Las pinturas te hablan, shh escucha.
¡Ah! Las pinturas me hablan… ¿Qué? Despierto,
al menos eso parece ser… todo está solo…
no hay pinturas.
-
¡Ah! – grito al percatarme que si las hay,
que incluso están a pocos centímetros de mí, acosándome desde cerca, ¿Qué
quieren de mí? ¿Qué es lo que buscan? Mi habitación está llena de estás. Pero
algo curioso. Hay cuatro en un rincón, cubiertas por sabanas blancas. Aun
sintiendo el miedo y mi palpitar acelerado que figurase como si mi corazón
fuera a explotar de un segundo a otro, me levanto y rápidamente me acerco a
ellas.
La primera, es hora de destaparla… ¿Qué? Es
de Enrique, el está plasmado en ella. Siento que el ritmo de mi corazón para.
Ahora es lento, muy lento, tanto que de igual manera siento que en cualquier
momento puedo morir. La curiosidad, el morbo ahora invaden mi ser, ¿Qué hay en
las demás?
Rosa en la segunda… Oscar en la tercera…
Palpitar vuelve a ser rápido. Sé lo qué
viene, a pesar de que no lo quiera, se presiente lo que sigue. Destapo apresuradamente.
Na hay nada. Un fondo negro. Solo eso. Me retiro de allí y doy media vuelta.
Llevo mis manos a mi rostro, respiro profundamente y me tranquilizo un poco.
Sensación que no dura mucho, pues comienzo a escuchar el roce del pincel con el
lienzo. Al igual que el dulce aroma del oleo fresco. Me giro. Mi imagen está
pintada en el. Soy yo, pero no lo soy. Me mira e incluso me sonríe.
-
Las pinturas te hablan, Era.
-
¡Ah! Mierda, las pinturas me hablan… - salgo
corriendo de la habitación y corro por el pasillo hasta llegar a afuera y
después más allá hasta estar en la bodega, donde inicialmente todo había
empezado, donde ahora, increíblemente, me siento más segura. Me siento en una
esquina y me pongo a llorar. Mi rostro
humedecido. Busco papel en mis bolsillos. No hay nada más que papeles. Caigo en
un profundo sueño.
-
¡Sara! ¿Dónde estás?
Escucho voces fuera del lugar que me hacen
despertar de mi sueño. La luz del sol está sobre mi rostro y me ciega unos
segundos. Después, se vuelve a escuchar la voz y la puerta de la bodega se
abre.
-
Sara, ¿Dónde has estado? Te hemos estado
buscando desde hace ya varios días, ¿Qué ha sucedido contigo?- es ¨Scar¨
cuestionándome, al menos eso parece ser, pues se dirige a mí con el nombre de
nuestra hermana. No entiendo. Rosa e Enrique también están allí. – tienes que
regresar a la clínica, solo eran unas vacaciones. ¿Por qué tomaste las
estampillas del abuelo?
-
¿Qué? No, soy Era, ¿Por qué me dices Sara?
¿Cuál clínica? ¿De qué me hablas? – pregunto histéricamente, ¿De qué se trata
todo esto? Comienzo a mirar el suelo y me doy cuenta de que este está lleno de
estampillas de fotografías pequeñas. Todas las personas de las pinturas estaban
allí.
-
¿Quién es Era?
-
Las pinturas me hablan, ve la casa, está
llena de ellas… yo soy Era. Las pinturas, como la abuela, antes de ir al ¨lugar
feliz¨, como decía mamá.
-
Sara, ¿Cuál abuela? Nunca conocimos a
nuestras abuelas. Eras tú quien siempre dijiste lo de las pinturas, antes de
que mamá te internara. Tienes que volver.
-
¿Qué? No, no… claro que eso no es verdad, yo
no estoy loca. Yo… estaba en la ciudad, luego me ofrecieron trabajo, vine y
sucedió lo que sucedió.
-
No, has estado en la clínica desde hace más
de cinco años, y ahora tienes que volver.
-
No. ¡Ah! Déjame.- grito al sentir los brazos
de dos hombres que no conocía que me
sujetan y me mueven hacia las afueras del lugar.
-
Debes volver. Allí es donde debes estar.