Por:
Erika Berenice Cisneros Vidales.
Aquella
mañana fría del mes de noviembre, luego de una siesta vespertina, se levantó de
su cama de manera apesarada, cansadamente se puso sus zapatos y caminó fuera de la habitación. La
temperatura era aún más baja, lo que le hacía estremecer y sentir mayor
nostalgia que la sentida en cualquier otro momento. Recordaba el dicho que dice
¨las penas con pan son buenas¨, solo que hacía una pequeña variante en la
palabra pan y siempre terminaba sacando una botella de vino. Esa noche no era
la excepción; y de hecho, esa ocasión era una botella especial de To Kalon, una
que había guardado hacía un tiempo más lejano, de aquellos días en los que
pensaba que su fama incrementaría aún más, tiempos en los que pensaba que
brindaría con un trago de ese vino tinto y no con champagne como lo haría la
gente normal. Pero esa noche finalmente se resignó. Vio que la fama se había
ido de la noche a la mañana. Un día había sido un escritor con talentoso, con
inspiración que emanaba de su ser y lo hacían redactar tan fácil como el
respirar, tan fácil como ver el tiempo pasar; y al otro… un fracaso total. ¨Clío
por eso me dejo¨, pensó. Sin embargo, ¿así había ocurrido? ¿No lo había dejado
y luego había sido el fracaso? No recordaba, o quizá no lo quería o no podía.
Pero esa era la verdad. Clío se marchó y con su partida su inspiración se llevo.
En ese momento se percató. Todo estaba muy claro. Clío… su amor, la musa de su
inspiración. Sintió un odio infinito hacia ella, confuso por un enorme
sentimiento de amor y otro más de necesidad y dependencia que le hacían
desesperar. Sintió una oleada de emociones, sentimientos y una más de ideas,
una razonables y otras un poco más locas e insensatas… necesitaba a Clío para escribir. Antes de esa noche no lo había
pensado. Ni siquiera la idea había pasado por su mente, pero esa noche, el
cansancio, el frío o quizá las copas le sembraron ese pensamiento descarriado.
Tenía que reconquistarla, conseguir que regresara con ella, que fuera suya una
vez más. La idea lo persiguió durante
semanas. Pero sabía que ella no lo quería. Sus ansias de tenerla consigo cada
vez eran más enfermizas, y la apariencia sentimental de considerarla su musa,
donde la mayoría lo podía ver como un acto de amor, no era más que un acto
egoísta donde solo veía el interés de volver a su carrera, no había amor en sus
actos. Solo era una obsesión que día a día aumentaba y con ello se sentía más
solo, más vacío y sin nada que relatar. Así fue hasta que se convenció de que
su hipótesis era correcta. Ella era la clave. Decidió acercarse, pero como era
obvio Clío así no lo querría. Así úes, decidió hacerlo sin permiso. Acercarse
sin consentimiento. Hacerlo en secreto. Se aferraba a la idea de dos
volviéndose uno, el uno completo que él quería. Se obsesionaba a decir verdad.
Día a noche, noche a día la seguía, la vigilaba. Si ella entraba a un café el
estaba allí. Acechando. Creyendo ganar algo, llevando consigo sus apuntes en
hojas amarillas a rayas, escribiendo lo que pasaba por su mente, escribiendo,
relatando, creando…
Sentía
como poco a poco todo llegaba a su cabeza. Una breve e insignificante acción de
su musa lo hacían crear todo un mundo. Todo volvía a ser como antes. Hojas y
hojas de borradores. Archivos y archivos. Era él otra vez. Nada podía arruinar
su felicidad. Tenía a Clío aun no teniéndola. Nada lo arruinaría. Nada excepto
una nota que encontraba por debajo de su puerta escrita a mano que decía:
Rubén:
Escribo en breve para avisarte que me iré
de la ciudad, no diré a donde, no creo que te importe. Así que cualquier cosa que
sea sobre el divorcio, hazla saber a mis padres. Ellos me lo notificaran.
Adiós.
Clío
Adiós.
Adiós. Adiós…
Esa
palabra se repetía en su mente. Resonaba en sus oídos a pesar de no haberla
escuchado de sus labios. Se iría a quien sabe dónde. ¿Qué haría ahora? No podía
dejarla partir. No podía. No lo haría.
Tomo
su viejo coche. Un clásico de la década de los 60´s y manejó a la avenida de la
casa donde solían vivir juntos antes de separarse, ahora solo habitada por
ella. Allí estaría. Debía detenerla antes de que fuera tarde. Haría lo que
fuese para retenerla. No le importaba que, pero la tendría consigo para
siempre. La idea de tenerla lejos, de perderla le enfermaba.
En
la calle, caminando bajo la luz de la luna llena estaba. Vestía un abrigo rojo.
Le pediría que se quedara. Por su mente pasaba una sana y cálida conversación
tomando un café. Nunca imagino lo que realmente pasaría.
La
siguió hasta su casa. Donde el entraría casi por la fuerza causándole gran
terror que la haría salir apresurada del lugar. El la perseguiría, haciéndola
atravesar la avenida. Un coche. Un conductor distraído. Una mujer. Allí murió
su inspiración. Allí saltó por la ventana.
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