Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

20 nov 2014

Febrero

Por: Erika Berenice Cisneros Vidales

 
Me sentía perdido, como un niño a solas en una noche, en la oscuridad. Era curioso, era un día hermoso al menos es lo que escuchaba hablar; sin embargo, ya no importaba. Ya no podía deleitarme al mirar, al escuchar, ahora sólo me podía lamentar. Me cuestiono el porqué de mis acciones, qué crédulo fui o más bien, que estúpido fui. Creí todo lo que ella me dijo alguna vez, escuché día a día lo que me hacía creer; me engañé, tal vez simplemente no lo quería ver, pero no, su culpa sí fue.

Aún recuerdo ese viernes 16, una noche hermosa, una luna sin igual, parecía una velada excepcional. Me sentía desesperar, una emoción que ella me hacía pasar. Era lo que más me gustaba, lo que me hacía sentir, esas ansias, ese malestar, que se sentía como estar a punto de estallar o de un precipicio saltar. Pero no podía mirar atrás, a pesar de que pensaba que nada estaba bien, me quedaba al borde de ese abismo esperando tropezar.

Una cena: ella me invitó. Su nombre era Sara, su imagen aún me sigue al caminar, una chica morena de cabellos negros que alborotaba todo y a todos con su andar. Yo la debía amar, aunque sabía que estaba mal. Un hombre como yo, ¿qué le podía dar?, pero no esperé más y esa noche se lo pude confesar. Un hombre tímido, ese era yo, llamado Carlos, alguien alto, cabello lacio y castaño, teniendo todo, menos a ella.

Poco a poco las palabras se fueron dando, increíblemente le agradé. No lo podía creer. Una copa, otra más, pronto estábamos riendo más. Todo parecía perfecto, ella luciendo un bello vestido rojo, yo un esmoquin que había dejado atrás.

Recuerdo la excitación, esa emoción que te pide más, no la podía dejar, pero lamentablemente ella sí lo podía dejar pasar: su amor me trataba de negar. Se había convertido en algo más, algo como un trauma decían los demás, me molestaba escuchar, no lo podía aceptar, y aún menos sabiendo que ella no sentía igual.

Traté de rogar, ya estaba de más. Su decisión estaba hecha, la debía de olvidar, tal vez con alguien más ella quería estar.

No supe de ella hasta en febrero estar, si bien había sido algo retraído, ahora mi condición era peyorativa, inferior a los demás, bajo de moral, todo lo que había sido había quedado atrás.

Febrero ocho, la vi en una avenida caminar; ese chico que traté de minimizar, algo regordete y torpe al caminar, claro, eso es lo que dice mi voz, aunque alguna otra persona podría decir que este chico muy apuesto fue, sí muy apuesto fue.

Sentí el típico nudo en la garganta, como un niño al llorar, percibí un dolor en el pecho, como a punto de estallar, y recordé la vez que la conocí, mis emociones, el miedo al tratarle de hablar, mi inocencia al tratarlo de comparar como un hombre a punto de saltar; la mente apagada, la vista nublada, todo negro y gris, nada de color, todo me hacía temblar.

Sentí rabia, inmenso coraje, ¿por qué debía sentirlo?, eran ellos los que debían pagar. Todos me llamaban loco al escucharme hablar, mis amigos ya no estaban y a mi familia no podía encontrar. Debía poner un punto final.

Estaba en la oscuridad, un revolver .45 de la marca Colt, un regalo de papá, y allí estábamos los dos, en la penumbra, en la soledad. La cargué… la sentí cerca de mi garganta, percibía mi palpitar, sentía mis lágrimas por mis mejillas rodar, finalmente, era tiempo de terminar.

Un disparo.

Dos.

Dos cuerpos tirados, un vestido rojo y otro trajeado. De nuevo en un rincón, percibiendo la imagen: una bella noche, una hermosa luna llena, música de fondo, una letra que decía algo similar a todo estará bien… no lo será.

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