Por: Erika Berenice Cisneros Vidales
Me
sentía perdido, como un niño a solas en una noche, en la oscuridad. Era
curioso, era un día hermoso al menos es lo que escuchaba hablar; sin embargo,
ya no importaba. Ya no podía deleitarme al mirar, al escuchar, ahora sólo me
podía lamentar. Me cuestiono el porqué de mis acciones, qué crédulo fui o más
bien, que estúpido fui. Creí todo lo que ella me dijo alguna vez, escuché día a
día lo que me hacía creer; me engañé, tal vez simplemente no lo quería ver,
pero no, su culpa sí fue.
Aún
recuerdo ese viernes 16, una noche hermosa, una luna sin igual, parecía una
velada excepcional. Me sentía desesperar, una emoción que ella me hacía pasar.
Era lo que más me gustaba, lo que me hacía sentir, esas ansias, ese malestar,
que se sentía como estar a punto de estallar o de un precipicio saltar. Pero no
podía mirar atrás, a pesar de que pensaba que nada estaba bien, me quedaba al
borde de ese abismo esperando tropezar.
Una cena:
ella me invitó. Su nombre era Sara, su imagen aún me sigue al caminar, una
chica morena de cabellos negros que alborotaba todo y a todos con su andar. Yo
la debía amar, aunque sabía que estaba mal. Un hombre como yo, ¿qué le podía
dar?, pero no esperé más y esa noche se lo pude confesar. Un hombre tímido, ese
era yo, llamado Carlos, alguien alto, cabello lacio y castaño, teniendo todo,
menos a ella.
Poco
a poco las palabras se fueron dando, increíblemente le agradé. No lo podía creer.
Una copa, otra más, pronto estábamos riendo más. Todo parecía perfecto, ella luciendo
un bello vestido rojo, yo un esmoquin que había dejado atrás.
Recuerdo
la excitación, esa emoción que te pide más, no la podía dejar, pero
lamentablemente ella sí lo podía dejar pasar: su amor me trataba de negar. Se
había convertido en algo más, algo como un trauma decían los demás, me
molestaba escuchar, no lo podía aceptar, y aún menos sabiendo que ella no
sentía igual.
Traté
de rogar, ya estaba de más. Su decisión estaba hecha, la debía de olvidar, tal
vez con alguien más ella quería estar.
No
supe de ella hasta en febrero estar, si bien había sido algo retraído, ahora mi
condición era peyorativa, inferior a los demás, bajo de moral, todo lo que
había sido había quedado atrás.
Febrero
ocho, la vi en una avenida caminar; ese chico que traté de minimizar, algo
regordete y torpe al caminar, claro, eso es lo que dice mi voz, aunque alguna
otra persona podría decir que este chico muy apuesto fue, sí muy apuesto fue.
Sentí
el típico nudo en la garganta, como un niño al llorar, percibí un dolor en el
pecho, como a punto de estallar, y recordé la vez que la conocí, mis emociones,
el miedo al tratarle de hablar, mi inocencia al tratarlo de comparar como un
hombre a punto de saltar; la mente apagada, la vista nublada, todo negro y
gris, nada de color, todo me hacía temblar.
Sentí
rabia, inmenso coraje, ¿por qué debía sentirlo?, eran ellos los que debían
pagar. Todos me llamaban loco al escucharme hablar, mis amigos ya no estaban y
a mi familia no podía encontrar. Debía poner un punto final.
Estaba
en la oscuridad, un revolver .45 de la marca Colt, un regalo de papá, y allí
estábamos los dos, en la penumbra, en la soledad. La cargué… la sentí cerca de
mi garganta, percibía mi palpitar, sentía mis lágrimas por mis mejillas rodar,
finalmente, era tiempo de terminar.
Un
disparo.
Dos.
Dos
cuerpos tirados, un vestido rojo y otro trajeado. De nuevo en un rincón,
percibiendo la imagen: una bella noche, una hermosa luna llena, música de
fondo, una letra que decía algo similar a todo estará bien… no lo será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario