Por: Saulo Fernando Rodríguez Herrera.
Arduo es el camino de la verdad. Por
difíciles terrenos se debe transitar si en el universo del saber se desea
internar. Los caminos de tierra que desgastan los pies y que obligan a
cualquiera a tropezar. Esta verdad es la que se adquiere para echar raíz, cual
manzano que se esfuerza por llegar a sostener algún día decenas de manzanas. Es
el árbol que echa raíz pero sabe que su deber es ramificar para dar frutos. Por
eso el camino de tierra es el camino de la voluntad.
Contaba el viejo Empédocles que también
el agua es un elemento importante, pues con el fuego, el viento y la tierra
conforman todo aquello que existe.
Agua. Ofreces a los cuerpos un sentido, fluyes
hacia un solo rumbo, y retas al hombre noble a esforzarse por ser constante,
pues sabes que sólo quien avance a contracorriente está buscando la verdad,
aquella que se encuentra en donde emana el agua del río.
Fuego. Juegas el rol de incendiar lo que
tocas. Es tu maldición pero también tu esencia. Jamás has renegado pues es tu
privilegio el conocimiento auténtico. Nadie se mezcla contigo pues tienen
miedo. Ingratos mortales, si acaso supieran que una vez que consumes al fénix éste
renace de las cenizas tan brillante como el Sol. El hombre de verdad debe
destruirse a sí mismo durante su camino.
La última mención, igual de importante
que las otras tres es la del viento. Es la libertad que exige el hombre que
busca la verdad. Es su derecho pero también su necesidad. Viento condenado al
movimiento, eres sabio pues adquieres experiencia al cumplir con tu tarea de
deambular, por tu paso arrebatas nuestras penas, pero también sueles llevarte
las alegrías. Tu esencia es la dualidad, azotas las ventanas del alma al mismo
tiempo que impulsas el vuelo libre de las aves.
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