Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

20 nov 2014

Mandala



Por: Erika Berenice Cisneros Vidales

 
 
Finalmente se encontraba allí, el peor lugar que podía imaginar para estar; un pueblucho abandonado a mitad de la carretera 57. Cuatro calles, una avenida y una pequeña glorieta con una fuente derrumbada por un coche.

1:45 am, la hora marcada en su celular con escasa batería, y estaba allí varada son poder salir. Su imprudencia y necedad en un arranque la habían hecho tomar su viejo deportivo rojo y manejar sin un rumbo fijo hasta vaciar el tanque de gasolina en un tramo de la carretera donde ya no podía dar marcha atrás, ni seguir adelante, a menos que encontrara combustible que la hiciera andar y poder avanzar al siguiente pueblo.

Trataba de recordar porque había decidido torpemente el tomar carretera sin saber a dónde ni cómo o cundo llegaría. Se venían a su mente varias memorias, que en un impulso producido por sentimientos de enojo y vacio, la habían incitado. Ahora parecían tan indiferentes; sin embargo, sabía que así le parecían solo momentáneamente, pues en ese momento se encontraba en el peor lugar que podía imaginar. Cuatro calles. Había un motel y una cafetería llamada ¨El viejo oeste¨, con un letrero de luces neon que simulaba funcionar en la letra ¨E¨. el lugar parecía el típico que imaginarias en una película de terror, donde un psicópata va asesinando uno a uno a los personajes.

El lugar no podía estar completamente solo. No podía. Así que, esperanzada en esa idea, aun con miedo y temblorosa, decidió adentrarse en aquel pueblo llamado  ¨Mandala¨; empezando por ¨El viejo oeste¨.

-       ¿Hola?- pregunto al abrir la puerta de vidrio, haciendo sonar una campana que resaltaba la entrada de alguien. Había luz tenue en el interior. Era un lugar amplio, lleno de mesas de estilo gabinete dispuestos junto a los cristales desde los cuales se percibía el pueblo, y una barra a l otro lado, donde detrás de estas se encontraban las estufas y barras para preparar la comida. Solo. – Mierda, no debería estar aquí; ni que ellos importaran tanto, soy tan tonta.- decía e voz baja a la vez que se sentaba en una de las sillas de la barra y ponía sus manos sobre su rostro.

-       ¿Se te ofrece algo?

-       ¡Ahh!- gritó. Una mujer de unos 40 años aparecía de detrás de las estufas. Vestía falda y blusa de botones de color azul, la típica ropa de una cocinera. Piel canela y cabellos castaños bajo una gorra, de esas que usan para cocinar.- No está solo, que raro, bueno…- decía casi balbuceando,- no, bueno, si, un café,- contestó.

Era de las cosas más raras que suceden en la vida. No entendía, pero a pesar de la curiosidad, no le interesaba preguntar. Extrañamente, la señora, que aparentemente se llamada Ana, comenzó a hablar sobre la vida de Hera. Sus problemas… su vacío. Mencionando que ella estaba allí tratando de huir de estos y ahora se encontraba atrapada allí por no querer afrontarlos. Decía tantas cosas ciertas que Hera no quería escuchar, pues sabía que eran ciertas, y la culpa recaía en ella, no lo quería aceptar.- No tienes idea de nada. - Gritó en tono grosero para hacerla callar, pero no cedió.

Nunca había sido una persona paciente, y esos instantes no serían la excepción. ¿Por qué tenía que escucharla? No es su obligación y es mejor salir del lugar. Un cielo oscuro y nublado. Sin estrellas y sin la luz lunar. El lugar esta apenas iluminado por la luz de una vieja farola en el centro de la glorieta y fallaba en ratos. Caminó enojada por el lugar de manera veloz para adentrarse en otro edificio; si había alguien en el restaurante seguro habría alguien en otro lado. En el motel quizá.

-       ¿Hola… ¡rayos! No es cierto…- exclamó al ver que se encuentra de nuevo en la cafetería y que Ana sigue hablando como si Hera nuca se hubiera ido,- pero que rayos…- dijo extrañada al mismo tiempo que se apresuró a salir de allí y volver al motel.

Sucedió lo mismo. En cada ocasión entró en un edificio diferente, pero siembre terminaba en la cafetería, eran como corredores sin salida, caminos equivocados que topan y no la dejaban salir. Ocurrió varias ocasiones, al menos tres o cuatro que contó. En estas, Ana hablando de la familia de Hera, de sus amigos… de sus problemas y sus supuestas formas de evadirlos. ¿Cómo lo sabía?

Salió una vez más a la oscura y fría noche, queriendo impulsivamente entrar a otro local o casa y encontrar a alguien que la ayudara, pero sabía que ocurriría lo mismo. No entendía cómo, pero lo sabía. Sabía que lo mejor era parar, pensar, y se detuvo justo frente a una vieja puerta de madera que olía a humedad. Tocó la perilla, pero no la abrió. Sabía que al hacerlo, estaría nuevamente en la cafetería. Se percató que lo que pasaba en Mandala ra muy extraño; sin embargo, eso no era lo que le importaba, sino el hecho de encontrarse sin salida, una salida que reflejaba su encierro personal.

Prefirió entonces adentrarse en Mandala, y a cada paso que daba, se encontraba más perdida, y descubrió que el ¨pueblucho¨, como lo había denominado, era más grande. El pequeño pueblo se tornaba en una gran ciudad, llena de calles y caminos que tomar.

-Nihilismo,- leyó. Era el nombre de una calle. Rió, a la vez que recordaba alguna clase de filosofía en la facultad donde se leían sus escritos, abordando el tema de la pérdida y el vacío personal, la falta de sentido de la vida. Quizá comenzaba a entender algo. Recordó que fuel el sentirse vacía y perdida lo que la había llevado a allí, el sentimiento de incomplitud que siempre estaba presente, y que a pesar de tener todo, tenía nada.

Entonces solo había dos caminos: seguir adentrándose en Mandala y perderse más, o regresar a la cafetería y encontrar la salida. Y así hizo.

-       Está bien, Ana. Entiendo lo que dices,- dijo al regresar a ¨ El viejo oeste¨,- debo afrontar lo que me perturba, debo encontrar mi camino, sea el que sea, todos estamos aquí por algo,- miró a Ana y ella le sonrió. Hera bajó la mirada. Ahora comprendía. - ¿Sabes…- comenzó a hablar, pero Ana ya no estaba, y la luz tenue se había esfumado, siendo remplazada por la luz del día.

6:55 am. Era tan raro, pero no importaba. Era un nuevo día para encontrarse. Salió del lugar y tomó su coche. Arrancó. Ella era el combustible que necesitaba para seguir adelante.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario