Por:
Citlalli González Pérez
En un tiempo muy lejano
vivía un grupo de hermosas sirenas. Dedicaban toda la noche a embellecerse:
cepillaban su cabello, adornaban sus ojos con los colores de las flores, se
fabricaban joyas con la madera que restaba de los barcos náufragos. Y por la
mañana, muy temprano, salían en busca de algún navío desviado. Entonces los
preparativos nocturnos valían la pena. Se veían encantadoras, se veían sirenas.
Con su voz hipnotizante llevaban a la perdición a cualquiera y ellas
disfrutaban provocar catástrofe con sus atributos.
Había llegado la hora de
que Bas, la sirena pequeña, saliera a cumplir con la tradición del grupo. Ahora
le correspondía también a ella causar estragos a los viajes de los marinos,
explotar su belleza.
Bas dejó por fin su roca
y partió volando en círculos sobre el mar. A lo lejos reconoció un barco
acercándose. Voló cerca de él. Se dedicó primero a observar en qué consistía el
trabajo de los marineros, cuál era la mecánica a bordo. Cada quien tenía un
papel importante que hacer y parecía que funcionaba. Se encontraba maravillada,
mirándolos desde la proa, cuando se acercó su compañera mayor. Le hizo un gesto
de inconformidad y le indicó con una ceja levantada que hiciera su labor de una
vez. Ella despertó de su fantasía humana y comenzó a cantar como nunca lo había
hecho y con un rostro lleno de amargura. Los marineros abandonaron sus tareas y
se dispusieron a escuchar a la sirena, que les dedicaba una especial melodía.
El timón se movía sólo a causa de las olas salvajes. Nadie hacía nada por
detenerlo. El barco pronto se golpeó contra un abultamiento de piedras que se
encontraba cerca. Los pasajeros seguían encantados con aquella sublime canción.
Se hundieron lentamente con una melodía que les acariciaba los oídos.
Bas miró aquel caos. Le
hubiera gustado seguir viendo aquella cadena de hombres trabajando por un mismo
fin: vivir y aprender del mar. Tal vez ella también quería hacerlo.
Durante días, se le
encomendó seguir con esta tarea. Pero cada vez que buscaba algún barco que
pasara por allí, no aparecía nada. Ella se sintió triste. En verdad quería
recuperar aquel navío.
Había escuchado en algún
lado acerca del paradero de todas aquellas almas que se pierden en el mar.
Hades, el inframundo. Bas sabía lo que tenía que hacer, sin embargo temía; era
una acción arriesgada.
Entonces vio flotando
cerca de ella, un pedazo destrozado del barco. Lo tomó entre sus manos y se dio
cuenta del significado que este pedazo de madera tenía. Una vida de aventura
para miles de personas, que dedicaban su existencia a un ideal. Estrujo fuerte
el pedazo de madera y se armó de valentía.
Voló un día entero en
busca de la ubicación que la sirena más anciana le había brindado como
referencia del inframundo. Cada que se acercaba un poco más, el cielo iba
tornándose un poco más obscuro. Entonces arribó. Encontró un pozo infinito, se
aproximó a él y miró dentro. No podía distinguirse el final.
Bas descubrió de entre
sus plumas aquel símbolo que la había llevado hasta allí y pronto se aventuró a
aquel hoyo de la perdición. No advirtió el tiempo que demoró en caer; pudieron
haber sido días, semanas o meses. Hasta que en algún instante se encontró
rodeada de tinieblas y olores putrefactos. Merodeó un momento por el sitio
hasta que se encontró de frente con una pila enorme de piedras negras. Sintió
su textura rugosa y su temperatura de hielo; y de pronto comenzó a moverse. La
pila se retorció hasta que fue tomando una figura humana. Cuando dejó de
atravesar esta metamorfosis, quedó formado, frente a los ojos de Bas, Hades en
“carne y hueso”.
La miró con extrañez y se
tomó su tiempo para preguntar:
-¿Qué hace una sirenilla
aquí?
-Vengo a recuperar a toda
una tripulación –dijo con temor.
- Nadie sale del
inframundo sin dejar una parte suya en él, ¿Qué no lo sabes? –respondió Hades,
como disfrutando cada palabra.
-Pues vengo por ellos y
no me iré sin llevarlos conmigo.
-Pues ponte cómoda sirena,
que te quedas también tú.
Una vez más tomó su
amuleto y lo sujetó cerca de su corazón. Una fuerza nueva le recorrió todo el
cuerpo y la impulsó a robar el bastón que Hades sujetaba. Con él se ayudó para
tomar las almas de los marineros, una por una. Hades, furioso se acercó rápidamente
a ella con la intención de empujarla hacia aquel estanque en que conservaba
todas las ánimas. Pero Bas se hizo a un lado; Hades pasó justo por el lugar
donde estaba y cayó al estanque.
-Nadie sale del
inframundo sin dejar una parte suya en él –susurró Hades, rodeado de almas que
nadaban en el estanque.
Bas comenzó a sentirse
débil, había permanecido largo tiempo expuesta a aquellas aguas mortales. Se
desvaneció entre las risas de un Hades vengativo.
La tripulación entera
despertó a una orilla del océano, sobre unas piedras y sin saber cómo habían
llegado allí. Ansiosos, usaron señales de humo pidiendo rescate.
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