Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

3 oct 2014

Ramsés y su estrella




                                                                                  Por: Marcela Del Río Martínez



La estancia estaba invadida por la luz que pasaba a través de los grandes ventanales, dignos de la morada de un faraón, estaba sumida en un silencio lúgubre. Todos los oficiales relejaban una expresión adusta y seria por igual, mis siete esposas reales se consolaban mutuamente en un rincón, se daban apretones de manos o abrazos entre sí. Muchas de ellas se trataban como hermanas.

Mi cuerpo ya había sido amortajado, pues era el último adiós antes de que se me preparara para el último gran viaje al otro lado.  

¿Qué sería del reino tan próspero que había erigido con todo mi esfuerzo? El proyecto que me propuse desde joven había sucumbido ante hombres ordinarios, pues no eran descendiente de los Dioses, ni si quiera una estrella de buen augurio que hubiese marcado sus vidas con cualidades positivas y beneficiosas para este reino. Pero sin embargo habían triunfado.

Una de mis esposas mira fijamente a lo que fue mi cuerpo, específicamente a mi garganta. Ella pudo haber evitado mi muerte pero estaba resentida porque no aceptaba la incompetencia del primer hijo varón que me había dado. Sé  que ella intentaría ponerlo como mi sucesor, pero muy a su pesar yo había dispuesto las cosas para que el hijo que me había dado mi reina Isis, llegara al trono. Era el más apto para la tarea de mantener el reino por el que yo y mis ancestros hemos luchado por mantener y mejorar.

Así son las cosas, en mis juventudes mi padre me eligió y me concedió regencia durante mi adolescencia, así me preparé como era debido para mis deberes reales. Hice lo que tenía que hacer…
Las bellas flores resplandecían en el palacio como cualquier otro día. La intensa luz del sol calaba a las pupilas como siempre, pero el viento estaba ausente. Como si fuera inexistente, como si no llenara los pulmones de aquellos seres humanos que a mi muerte, lloraban desde el corazón.

¿Cómo se atrevía la luz diurna a ser tan limpia e intensa? ¡Había muerto un faraón! ¡Uno de los últimos grandes soberanos! Y tal vez mi muerte marcase el ocaso de una era. Ya nunca las cosas serían tan pacíficas y el reino poco a poco perdería toda a prosperidad y opulencia con la que llegó a regodearse alguna vez.

Los sirvientes reales movieron mi cuerpo de la gran mesa que domina el espacio, me trataron con ceremoniosa calma, como si mi alma aún habitara ese cuerpo rígido y frío. Lo llevaban en una litera, con toda una procesión de mis seres amados, rumbo a mi tumba en el valle de los reyes. Entre todos ellos, estaba Ari, mi mejor amigo.

Era el hijo de un guardia de palacio, cuando niño pasábamos tiempos juntos e incluso algunos preceptores compartían sus conocimientos con mi compañero de juegos.

Ari bajó su cabeza, tan serio como muchas veces lo había visto desde la adolescencia, pero con las huellas del cansancio en su arrugado y anguloso rostro, en su incipiente cabello canoso y su espalda encorvada.

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Aún recuerdo su nacimiento, era un día bello y soleado, como casi todo el año. Ramsés llegó en un día marcado con buenos augurios. El faraón estaba contento por el nacimiento de otro hijo varón, sobre todo porque era de una de sus esposas favoritas. Yo tenía unos 3 años, pero recuerdo el llanto lleno de poder de un niño cuyo destino se antojaba grandioso.

Eran pocas las esposas que llegaban a destacarse entre otras, sobre todo el tener que triunfar sobre las intrigas ajenas, pues el gineceo real contenía cientos de mujeres resguardadas por eunucos y oficiales armados para el entretenimiento del faraón. Muy pocas veces los faraones se manejaban de forma diferente.

Era un niño alegre, de carácter ligero y sin embargo firme, tan inteligente que aprendía con una avidez impropia de su corta edad. Le gustaba frecuentar las pequeñas estancias donde los preceptores reales impartían sus conocimientos a otros de sus hermanos, quienes manifestaban poco interés o erraban constantemente. Incluso yo, me sorprendía de mi buen amigo.

Dejó una estela de brillantes estrellas en su camino, y yo soy su legado. No puedo ascender por él al trono, pero haré lo que esté en mis manos para apoyar a la persona correcta. Él me marcó a mí mucho más que a cualquiera en el reino, yo fui su hermano de armas, su confidente y su mano derecha. El dolor por la pérdida de su madre nunca le dejó en paz, y ahora su pérdida jamás me abandonará.


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