Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 dic 2014

Rosso descalzo

Por: Alexis Guerrero Lomelí

Habían pasado seis meses ya, desde que partí de los bullicios y el poco espacio literario que me quedaba en Londres. Me dirigí al sur, en dirección a un pueblito llamado Canterbury. El lugar idóneo para escribir “dicen todos”, con sus calles adoquinadas, vistas excelsas, noches románticas y casas tan resguardadas del paso de los años, que sería perfecto estar allí: “al pie de una terraza, con sus lámparas alumbrando mi noche y un café amargo que reviva siempre mi pasión, en su aroma nocturno.” ─me dije para complacer mis ansias de escribir algo que llenara el paladar de algún lector, en suplicas por letras nuevas.

Jamás había salido antes de la ciudad y mis ojos eran espectadores de majestuosos paisajes por donde cubría la vista. El tren que me guiaba a paso veloz, fue cubriéndose de una nieve repentina, de la que no me entere.

Una señora muy amable se acercó a mí antes de que llegáramos a la estación. Me dio un abrigo y me dio la bienvenida en aquel extraño día de primavera, cubierta de blanco helado. Me vi tosco al balbucear mi llegada que se veía repleta por el arte aún con vida. Aquella postal que me habían regalado, se haría verídica en su arquitectura medieval, que se elevaba por sus majestuosas calles empedradas, lisas, ya renovadas por la inversión turística. Aunque mi hospedaje no era en la parte conurbada, sino en una casita muy lejos de allí: en un pueblito recóndito donde decidí estar; anhelaba que mi estancia fuera prolongada en esa urbe tan luminosa. Y me quede. Fui por chocolates y disfrute de la perfecta puesta de sol.

La oscuridad se hizo presente, a mi llegada a la casa de la señora Margot, quien me hospedaría por un tiempo. Muy amable me recibió y fui pronto ubicado en la habitación más alta de la casa, como yo pedí.
Cálida luz que pasando por mi venta acaricio mi día, me invito a explorar sus caminos, recorrer en su bosque la majestuosa vitalidad del campo.

No haciendo esperar más el bolígrafo, salí sin rumbo alguno, nada más guiado por el ahora fresco clina sureño que pareciera nunca haber tenido nieve. Fui “viajero sin rumbo, errante de paisajes con olor a canela.”

Caminando me encontré con un rio de paz inmediata, en su golpeteo el agua no tardo en salpicar mis pies. Vi cada verde que lo pintaba, desde las rocas hasta sus árboles que cubrían el cielo y apenas dejaban pasar los nacientes rayos de sol.

Sin ser pintor, quise serlo, me vi tentado a capturar cada trazo en mi libreta. Sentado en una roca me descalce y escribí.

Ríos caudalosos que la vieran nacer, correr agitando las aguas, agitándome a mí, estremeciéndome la vida con su virtud. Estela de luces que se desvanecen, se descomponen y hacen de mi vida la vida suya.

Mi soledad se vio acompañada por el movimiento de las ramas, que captaron mi atención en el rojo fugaz que me hizo mirarla. Había en sus pasos un color nórdico, muy lejano a ese lugar. Con sus pecas iluminando su rostro que ya estaba encendido en el rojizo de su cabello, y el verde pregnante de sus ojos que nunca me vieron, no se perdieron como yo en los suyos. Se movía, se contoneaba, bailaba al rechinar creciente del roble.

“Fui presa de las pinceladas afiladas que marcaban su figura. Paisaje natural de sus blancas manos acariciando el agua. Acechado por el deseo de su belleza, quedo pausado el palpitar de mis latidos, ya sumergidos en su rostro, en sus labios.”

Una vez hechizado surgió su ausencia. Pero me basto. “escritor de versos. Poeta enamorado. Escultor de musas, luz brillante que por mi jardín paso.”

El tiempo sin piedad paso por mi piel, por mis cabellos que se volvieron canas. “Envejecí en la espera de sus pies mojados, que en la ventana de mis ojos ya cansados, dejo su recuerdo, su sutil contorno.

¿Que hacen las olas, sin luna qué contonee sus aguas? Espuma que al paso se rompe, y en la arena se queda.

No hubo mañana que a la orilla del rio se alejara su de mis textos, caricias verbales pronunciadas a su hermosura. Sentado espere por última vez su rojo apasionado. Anhelándola, vi escapar de mis manos y mi cuerpo el calor de la mañana, como la tierra seca en el desierto implora el rocío, así yo, perdido en su color sin mayor deseo que el de escribirla.


Musa cautiva, reflejo de las lágrimas que me arranco tu partida.” Así fue su presencia, fugaz, tan repentina. Ella se fue pero yo me quede varado, descalzo en la misma roca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario