La risa
es la sal de la vida. Generalmente los hombres risueños son sanos de corazón.
La risa de un niño es como la música de infancia: la alegría inocente se
desborda de una catarata cristalina, que brota en plena garganta.
A pesar
del invaluable regocijo que la risa brinda a nuestro ser, varias personas se
han visto limitadas a esta dicha con el pasar de los años. A lo mejor se han
cansado de vivir sin haber vivido, o quizá se les va olvidando como reír. No lo
sé, no sabría decir con exactitud qué les ha pasado. Eventualmente aprenden a
simular una risa, pero es una risa sin alguna pizca de esplendor, una risa sin
risa.
Por
consiguiente, es sustancial mantener la esencia de la risa que surge de nuestro
interior y reír con gran ímpetu, de tal manera que no carezca de sal nuestra
vida.
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