Justo al final de una
calle solitaria y serena, se observa una fábrica con sus altos y
característicos muros y chimeneas. Sus tonalidades grisáceas crean un ligero
contraste con el nítido cielo que la tarde otorga.
En el
costado de la calle, el flanco de alguna otra fábrica deja ver el descuido
generado con el pasar de los años en sus grandes ventanas y paredes de
ladrillos. Frente a este se encuentra una bodega oscura, cuya pared deja en
evidencia la antigua existencia de algunas ventanas que ahora forman parte de ella. Y ahí, entre
ambas edificaciones, se encuentra ella con su ligero vestido, sus altos tacones
y su curiosa sombrilla en mano. Abalanzándose de un extremo a otro, ella evita
uno de los diversos charcos que se hallan a lo largo de la calle. Este charco
captura impecablemente el reflejo de la maniobra, convirtiéndose en el espejo
de la realidad, aunque solo sea por un instante.
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