Por Edgar Ulises Briseño Zúñiga
Lúgubre cuarto oscuro, tirado en la nada su cuerpo
sin vida, ¿qué ha pasado?, ¿no logras comprender?, te recuerdas soberbio con una sonrisa de oreja a
oreja saboreando el éxito luego de
interpretar a Rachmaninov. Vasili, ¿Quién sino tú?. Ahora se te sale el alma en cada
lamento gritado en la oscuridad, nadie te escucha.
Te levantas y corres a la sala, ves su fotografía
enmarcada al centro como pedestal, la tomas y la tiras al suelo, la pisoteas mientras
maldices. Escuchas las sirenas de la policía acercándose y sabes entraran,
quizá a la fuerza, pero entraran.
¿Cómo llegaste aquí?, ¿lo recuerdas? No hace mucho te
encontrabas entre calles húmedas y tardes grises. Caminas y cerca de tu casa
ves a una mujer joven con la mirada furiosa, te ve y rápidamente voltea hacia otro lugar.
Llegas al hogar, una casa sencilla con puertas de
madera, ventanas con protecciones metálicas oxidadas. Dentro viste y no miraste a Elise, uno de tus
trofeos más preciados, tu futura esposa, una mujer bella.
Entras y no se inmuta, ella aún en pijama sólo miraba por la
ventana, con sus mejillas sonrosadas, con sus ojos hinchados por
haber llorado, pero habiendo borrado toda evidencia de ello y sus labios cerrados en silencio, con una mueca de amargura.
Lo notaste tarde pero, fue distinta entonces.
En la habitación no existían palabras, tan sólo fue condescendiente sin estar
presente, y hablaste esa noche sin notar que te encontrabas contra una pared.
-Esos otros músicos me guardan recelo- comentas
como cualquier en la recamara.
- ¿Por qué lo dices
Vasili? -responde ella sin mirarte a los ojos.
-Siempre los veo hablando entre ellos y no intentan
incluirme, seguro me critican, mañana les dejaré en claro quién soy -.
-Exageras cariño...
-ella murmura y la interrumpes para
seguir hablando de ti.
Luego te detienes para preguntar: -¿qué lees? -.
-Nada - es lo último
que ella dice y tu continuas aquella platica que parece más un monologo.
Luego notaste que dormía muy poco. Despertaba
de madrugada y daba vueltas por la casa, otras veces pasaba el tiempo en la
computadora hasta quedar dormida. No comía, no salía, se encerraba por horas.
Una de esas noches la encuentras dormida en el
sillón junto a la computadora y la llevas hasta la cama, la pones bajo sabanas
y curioso decides ver que escribía.
Encuentras algo que ha escrito recientemente y lo
abres, no tiene título y comienzas a leer.
"Los días son irreales, nunca fui del tipo que
escribe cartas, pero no quedó todo claro y te fuiste luego de salir de mi
puerta, de mi vida y ni siquiera porque así lo desearas.
Peleábamos siempre luego de estar bajo mis sabanas,
nos mirábamos en las tardes que aunque cortas se hacían eternas, eras
caprichosa.
Me abofeteaste luego de decirte que me iba a casar,
sabías que yo era impulsiva y me había hecho a la idea de tener una vida
tranquila, con un hombre que me abrazara con ternura.
Me gritaste, me besaste y te fuiste, no te detuve, yo
no hago eso. Sabía con malicia que volverías, que reiríamos y bailaríamos a la
orilla de nuestro mar, pero todo se acabó ese día.
Pienso en ti, mirando al cielo, alejándote e imaginándonos
en las nubes naranjadas del crepúsculo.
Yo te amé como supe hacerlo, quizá nunca lo dije o
más bien la forma en la que lo hice fue como tú bien sabes, un capricho, tal
vez el único que quise tener.
Ahora ya no estás y sólo me dejaste tu recuerdo y
la sed de tu cuerpo y de tus labios. Tengo terribles ganas de buscarte,
encontrarte y regresarte a mí, decirte todo y no dejarte salir de mi puerta
nunca más".
Tu corazón late con fuerza mientras lees, sudas
frio, se te ahogan las palabras, tiemblas.
-No, no, no es cierto, es una broma. -Susurras.
La encuentras recostada, con tus ojos recorres su
cuerpo semidesnudo contorneado bajo las sabanas, estiras la mano para tocar lo
que según tú era tuyo e intentas no ver las imágenes que llegan a ti, luego
haber leído eso. Te detienes, las
palabras de aquellas amantes resuenan en tu cabeza y sientes envidia e ignoras
su dolor.
Deseas venganza, quieres hacerla sufrir, sientes
que has perdido tu tiempo y no quieres vivir sin ella. No puedes con la
vergüenza, la culpas de todo lo malo y en tu mente vas formulando tu plan, no
resistes no ser el centro de sus pensamientos.
Es simple, mañana en la gran presentación brillaras
en tu piano, la interpretación más sublime de Rachmaninov, tu legado en la
historia. Te las arreglarás para que llegue tarde a casa, harás un brindis, habrás
puesto veneno en su copa. Cuando lo beba le leerás la carta que has encontrado
hace apenas unos minutos.
"Será su castigo" piensas.
Te recuestas alejado de aquella ajena mujer, y sólo
piensas en ti como mártir y duermes, quién sabe cómo, pero logras dormir.
§
Todo fue de acuerdo al plan Vasili, ¿quién sino tu?, soberbio por las calles de Kiev mostrando lo
enaltecido de tu existencia, al salir de aquella impresionante función.
Abres la puerta y te preparas en la oscuridad, montaste
tu escenografía, otra pieza interpretada por ti, todo perfecto. Nadie te
culpará ni encontrará rastros del veneno, dirán que es una tragedia.
Tienes tu traje de gala, tus guantes blancos, te
sientas y revisas si está la carta, pero lo que no encuentras es la copa
donde pondrás el vino envenenado. La buscas y entonces te percatas de que hay
una silueta tirada en la oscuridad y liquido denso y oscuro.
Ves que es un cuerpo, aún no lo entiendes, tocas su
rostro y sabes que es ella, tus guantes se tiñen de rojo; escuchas un ruido y
si, lo sabes, es la policía.
Estás anonadado, metes tu mano al bolsillo, tomas
la carta, la manchas de sangre, la abres y la lees.
¿Ahora lo entiendes?.
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