Stephanie N. Juárez Rodríguez
Desde niña siempre me
ha gustado dibujar, era buena copiando paisajes, animales, entre otras cosas.
Sin embargo, solo lo hacía cuando me lo pedían en la escuela, no era algo que
me interesaba expresar, en lo personal a mí me gustaba dibujar cosas diferentes,
garabatos que a veces ni yo entendía y
obviamente mis compañeros menos. Pero, me importaba poco si los dibujos
eran comprensibles o no, siempre y cuando al hacerlos sintiera una
satisfacción.
Cuando entre a la secundaria, tuve la suerte de hacerme amiga
de una chica que estaba muy involucrada en el arte, ella era bailarina. Ella siempre insistía que debía meterme a una
escuela de arte, la idea no me pareció mala y decidí hablar con mis padres
sobre eso.
Al poco tiempo entre a
al Instituto Potosino de Bellas Artes. Recuerdo muy bien lo que sentía estar
ahí, pues no podía estar mejor en otro lugar.
A las cuatro en punto llegaba, y en la entrada del edificio,
se escuchaba a lo lejos un piano, nunca supe quién era la persona que me
recibía con tan agradable melodía. Sin embargo era perfecto ya que desde la
entrada todo comenzaba a introducirme en mi ambiente.
Al entrar al pasillo de artes plásticas, se podía oler todas
aquellas mezclas de pinturas, aceites y solventes que me podían conducir hasta
mi salón incluso cerrando los ojos. Al llegar, podía sentir como si entrara a
mi mundo, pues saboreaba cada hora que
pasaba mientras dibujaba.
Después de algún tiempo y de algunas exposiciones que me hacen
sentir muy orgullosa de mi alcance, tuve que tomar la decisión de dejar todo, y
entrar a la universidad, aun no sabía qué hacer, tenía en mente entrar a una
escuela de artes plásticas.
Sin embargo por causa de la distancia, problemas económicos
y mi corta edad, me fue negada esa
posibilidad, y por mucho que insistiera, mis respuestas siempre fueron “¡no!”.
Enojada e inconforme entre a la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. En la
carrera de conservación y restauración de bienes culturales muebles. La verdad
no sabía bien de lo que trataba, debo confesar que la elegí por impulso.
Tras el paso del tiempo me fui hundiendo poco a poco
en una depresión, sabía que no era lo que esperaba, estaba encaprichada
con la idea de que eso no era lo que quería, ni siquiera me interesaba seguir, quería
salirme, pero, hacerlo me daba miedo, no podía irme y dejarlo todo, mi cabeza
solo daba vueltas, ¡solo dime! ¿Quién puede estar así?, trata de imaginarlo, no es algo que
disfrutara, en verdad la pasaba mal.
Con el transcurso de
las clases pude ir conociendo la carrera pude ver que habían demasiadas cosas
tan impresionantes y que al poco tiempo de ir descubriéndolas, quede totalmente
interesada en ellas, a tal grado que decidí quedarme y continuar desmenuzando
las cualidades que poseía.
Hasta hace poco estaba segura que todo iba bien, ya había
superado mi desilusión y cada día me encariñaba más de lo que iba conociendo y
aprendiendo. Pero, por azares del destino, un día tuve la desdicha de toparme
con mi pasado, la realidad, sabía perfectamente que a pesar de lo mucho que
estaba encantada con la carrera, había algo dentro de mí que todo el tiempo me
gritaba que eso no era lo que debía estar haciendo, las culpas comenzaron a
llegar y con ello la desesperación de no saber qué hacer, pues solo pensaba en
mi sueño frustrado.
En ese momento, en la universidad, me encontraba haciendo un
trabajo de taller, en donde tenía que investigar a un artista, el cual fue Willem
De Kooning.
Pude darme cuenta que su vida fue trágica, mucho más que la
mía, pues tenía un profundo trauma con las mujeres, por causa de su madre, que
se lo llevo cuando era apenas un niño, luego,
a los doce años, entró a trabajar de aprendiz en una empresa de
artistas. Asimismo a estudiar en la Academia de Rotterdam de Bellas Artes y
para los 22 años emigró a los Estados Unidos, llegando, después a Nueva Jersey.
Donde estuvo ganándose la vida como pintor de casas. Para luego más tarde convertirse
en un gran pintor famoso por su Action Painting. Y todo
para cumplir su sueño.
Después de conocer un poco acerca de De Kooning, yo solo me
preguntaba “¿que estoy haciendo?” pues solo me he estado quejando y
lloriqueando, sin hacer algo para solucionar mi problema, al contrario, dejaba
todo a un lado, incluso las ganas de pintar.
De koning me mostro con
sus pinturas, esa forma de liberar sus frustraciones, pues al ver la serie de
“Woman” pude darme cuenta con todos los signos que utilizaba, eran el
reflejo de su furia, incluso sus miedos, todo aquello que para él representaba
la violencia que vivió.
Yo sé que lo que sentía no se compara con lo que tal vez el
sintió, sin embargo sé que todos en algún momento de nuestras vidas nos vemos
expuestos en situaciones similares, donde a veces la vida nos lleva por otro
camino, pero si te das cuenta, la idea no es quedarse sentados a llorar, ni
tampoco cerrar los ojos a lo desconocido, pues no sabremos si el nuevo camino
sea más atractivo que el que imaginábamos.
Yo pude darme cuenta, que mi carrera es sensacional, no solo
me permite estar en contacto con objetos antiguos muy interesantes, sino que
también puedo saber por todo lo que han pasado para que se conserven de tal
modo.
Además de imaginar por todo lo que han vivido, la cantidad de
personas que lo han tocado, le han pedido algo (en el caso del arte sacro), lo
han portado, etc. Pues hay una infinidad de imágenes que me vienen a la cabeza
cuando veo obras muy antiguas, lo en lo único que pienso es que lo que yo estoy
mirando ahora, puedan mirarlo muchas personas más, en un futuro.
Ahora todo lo veo diferente, me siento feliz con mi carrera,
sé que no me equivoque al quedarme, y aun mejor, sigo pintando, me expreso de
tal manera que libero toda esa carga de sentimientos que se acumulan de
repente, igual que como lo haría De Kooning.
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