J. Antonio L. Carrera
Todavía
recuerdo bien el primero libro que leí. No fue el día que aprendí a leer, por
supuesto. Aprendí a leer por obligación, cuando era niño, por necesidad para
pasar preescolar, luego la escuela y además la universidad. En absoluto
estudié. Eso se volvió tedioso y quitaba las ganas e iniciativa por la lectura.
Cuando se hace algo por obligación, se vuelve banal y sin sentido. ¿Nunca te ha
pasado que cuando haces las cosas por obligación las haces para que no te estén
regañando o lo realizas con desgana? Y a veces te queda el mal sabor de boca
siempre y jamás vuelves a inténtalo. Esto me pasó con los cuentos, con las
novelas, con los poemas al obligarme a leerlas. Para mi eran jeroglíficos,
símbolos sin sentido. Sentado me ponía a observar las letras, pero nunca me
interesé por el contenido o lo que me pudiera ilustrar. Jamás pensé que leer me
fuera a servir. Y tener el hábito de la lectura y fascinarme por las historias
y moralejas de algún libro, era algo que me enfermaba, pues la lectura era hecha
para pasar las asignaturas únicamente, no más. Confieso que hasta los dieciocho
años nunca acabé un libro completo, jamás había leído una última página.
Pasaban los años y esa obligación por adquirir conocimientos solo los podía
poseer a través de esas hojas apestosas. ¿Qué mejor libro se puede leer que el
de la vida? ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor? Pero fui creciendo y
madurando. Viendo la vida cambiar y a saborear cada paso....
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