Las luces de colores prendían y
apagaban constantemente, el ruido de sirenas aturdía mis frágiles oídos, las
voces cual susurro ensordecedor no paraban de escucharse, la gente
caminaba de un lado para otro, sin rumbo,
los transeúntes se detenían a mirar, curioseaban, murmuraban, a lo lejos
escuchaba el claxon de automovilistas desesperados que impacientes esperaban no
se que, y yo, confundida, sin rumbo, detenida en el tiempo, miraba, escuchaba,
caminaba tomada del brazo de unos desconocidos, me encontraba ahí entre tanta
gente, tratando de recordar…
Días antes había sido mi cumpleaños
número 21, esa mañana, salía de mi casa rumbo a la universidad, espere atenta
al autobús que me llevaría a mi destino: la facultad, donde me esperaba un
largo día, comenzando por la clase que tanto odiaba y no por los temas que se
veían en ella sino por el maestro, un ser extraño del que yo suponía era
drogadicto, su mirada fija en el horizonte sin fijarse en nada, como autómata,
iniciaba la clase, explicaba el tema y su letra en extremo chueca me sugería
que tipo de persona era él, pues mi abuela me enseñó de pequeña a ver y
observar las letras, conocerlas y definir la personalidad de las personas con
tan solo ver como escribían, siempre pensé que esto era gracioso. Pero en esta
clase no lo era, él me daba miedo, su letra me decía cosas horripilantes de él,
me ponía a temblar cuando me preguntaba
algo, sus ropas eran descuidadas y sus
pasos recorriendo el salón me provocaban pavor. No se porque finalmente caí en
la clase con ese profesor, jamás lo hubiera querido, pero Héctor, mi amigo en
la Universidad me inscribió y tuve que tomarla. Al final salía corriendo de esa
clase, sin esperar a que él saliera, pero ese día las cosas no sucedieron así…
Cuando tomaba mis libros para
retirarme el maestro se paro detrás de mí, percibí su colonia estropeada, un olor que me provocaba
asco, pero tome fuerzas y me contuve, por un momento el mundo se detuvo. Sentí
su brazo tomarme del hombro y frente a todos mis compañeros me extendió la
mano para darme un obsequio ¿cómo pudo
enterarse de mi cumpleaños? ¿quién pudo haberle dicho? Sentí un escalofrío por
todo mi cuerpo, dejé su mano extendida con la caja en la palma y salí
corriendo. Después de este suceso nada
fue igual para mi, aunque las demás clases transcurrieron normal, la carrera
que había elegido me gustaba. Llegó la tarde y salí a mi trabajo, volví como
cada tarde a tomar el autobús rojo con amarillo que me llevaría al lugar donde
después de tres años he logrado aprender muchas cosas sobre jardinería.
El trayecto era de una hora,
entretanto, sentada en el duro asiento cual roca de mina, observaba la
calle, miraba la gente pasar y veía los
carros que se peleaban unos con otros por llegar a tiempo a su destino. Mis
manos sintieron la bolsa que se hallaba en mis piernas, toque mi libro, lo saque , lo extendí y me
puse dispuesta a leer. Recordé la página en que me había quedado un día
anterior y ahí estaba, me sorprendí, la tomé,
La volteé, vi mi nombre escrito con
letra manuscrita, dorada, grande, ¡hermosa! Mire hacia arriba, vi su nombre
pequeño en una esquina ¡y con su letra! ¡La reconocí inmediatamente!
La carta decía así:
Pequeña Lucy,
Se que para ti esta carta es extraña,
inimaginable, irreconocible. Es una confesión. Me encuentro solo, ahogado en mi
papeles y en mi tristeza. Las palabras se quiebran en mi voz, no puedo
armarlas, no se como empezar. La historia es larga. El río de lagrimas que
cubre mi rostro lo es más. Tengo en mis manos tu historia, mi historia, nuestra
historia.
Aquella que inició hace 21 años, cuando tu
naciste. ¡Fue el día más hermoso de mi vida! Tu carita cubierta de lágrimas
lloraba al nacer, blanca como la nieve, pequeña y frágil como una flor, tu
cuerpecito cálido y mojado lo tome en mis manos y lo coloqué en el pecho de tu
madre, ambos te mirábamos con esa dulzura y amor que opaca todo el odio que
pueda existir en el mundo, tu mirada y la nuestra se cruzaban, tu vida y la
nuestra se unían. Ese mágico y hermoso día que siempre permanecerá en mi
recuerdo.
Tres años de felicidad a tu lado pasaron,
jugueteando, corriendo, amándonos, tu pequeños besos me enamoraban, tus
pequeños brazos me abrazaban inocentes, tus gestos, tu carita, me decían que me
amaban y yo imaginaba mi vida siempre junto a ti mi pequeña.
Pero un día te perdí, tu madre te alejó mi,
y no supe más de tu presencia. Mucho tiempo creí que vivía un sueño, que
regresarías, me quedé esperando, muriendo por ti. Hundido en el alcohol, en la
miseria, en la tristeza. Sabiendo que un día iba a pasar, lo intuía pero me
negaba a creerlo. Los años pasaron.
Hoy te encontré, después de 18 años he
vuelto a saber de ti, he cambiado, el alcohol
lo he dejado, pero sigo descuidado, desaliñado triste, con la enfermedad
por la cual sólo quedé y con tu recuerdo vivo en mi. Te he seguido estos últimos 2 años, no he
querido acercarme a ti, te he visto entrar a la Universidad, que casualidad! A
la misma donde yo imparto clases.
No pude creerlo, los nervios me comían
cuando me enteré que estarías en mi clase, que estaría cerca de ti.
Si, ahora lo has adivinado, yo tu maestro
soy tu padre, aquel con el que no viviste tu niñez, ni tu adolescencia, aquel
del que te separaron cuando aún una pequeña eras, aquel que te amaba y te ama
con locura.
Se que me odias, que te doy asco, que me
temes, lo intuyo, lo siento. He hecho todo lo posible para que así suceda, no
quiero que te acerques a mi, tengo miedo, miedo de que no me quieras, de que no
me aceptes, de que ya no me ames ni me recuerdes.
Ayer leía un libro que saque del desván,
cayó una foto, eras tu, era yo, éramos juntos en un amanecer. Entonces me pregunté si valdría la pena arriesgarme y
acercarme a ti hoy que es tu cumpleaños número 21, el cumpleaños que cada año
recordé por años.
Te he contado todo hija, ahora que sabes la
verdad, ahora que sabes que siempre te ame y que sigo muriendo por ti, que sigo
esperándote cada día al llegar a casa como cuando eras pequeña, te necesito
como siempre y te amo mi niña.
Con amor
Tu padre.
Terminé de leer la carta, estaba
ensordecida, no entendía lo que sucedía, mi alma destrozada hasta el fondo. Entumida lloraba. Guarde la carta, cerré el libro, lo metí en mi bolsa. Me pare del asiento, llegue al final del autobús, hice la parada.
Me baje. No sabía donde me encontraba, era de noche. Camine como autómata, llegué a lo
alto de un puente, me pare de puntas, mire hacía abajo, mi cuerpo estaba congelado, mi mente en blanco, mis brazos helados. La noche era fría, mire al
horizonte, sentí el aire fresco sobre mi rostro y no supe más de mi.
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