Por: Carlos Francisco Grimaldo Alcántara.
Encallados.
Hace
mucho, mucho tiempo, en nuestra playa. Un barco, se acercó rápidamente hasta la
orilla, entre la roca y suave arena, encallo.
Entonces
saltaron, con fuerza, desde aquel pequeño infierno que aun flotaba y se negaba
a morir: seguía rompiendo la carne y el viento; con la libertad frente a ellos;
las olas, detenían hábilmente, el avance hacia la gloriosa salvación.
Por
fin…pelean, rompen cadenas y abrazan el destino mismo, ese puñado de hombre destruía
el miedo y alcanzaban la libertad.
Hombre-animal.
Corrían
traviesos, entre los árboles, refugiándose en la obscuridad. Temibles
criaturas, monstruosos seres, entre sombras mostraban sus dientes, algunos eran
hombres-lobo y otros más hombres-mono porque todos ellos ocultaban en su
interior natural algo bastante bestial. El hombre-animal, deambula por la basta
maleza, así recuerda lo que fue su vieja naturaleza.
Mojado.
Corrimos,
sí que corrimos, aunque no lo suficiente rápido para poder parar, y mucho menos
poder descansar. Ignorando todo lo de afuera, con las expectativas bastante
elevadas por el destino que aguardaba. Recibidos por la obscuridad, ocultos en
sombras, preparando el momento justo que habrá de cambiar la realidad pendiente
entre las espinas y el carrizal de aquella orilla; la cuenta de días iluminan
el camino.
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