Por: Ivonne Fabila García
El infierno
está dentro de mí. Tú, Yahvé, encendiste las llamas del Averno que incendian
mis entrañas, que ahogan mis sentidos y me hacen sufrir. ¿Cómo quieres que no
piense en venganza si me condenaste a vivir en las tinieblas, después de haber
saboreado el éxtasis del paraíso? Sí, soy aquel del que despreciaste su amor. Yo
soy Samael, el caído, el olvidado. Y
todo por culpa de esa creación tuya que llamaste perfecta. ¿Cómo puedes comparar
semejante adefesio de arcilla, conmigo? Ante tus ojos, obra más perfecta no
existe. Pero te demostraré lo contrario. ¿No te das cuenta que son vulnerables,
frágiles y sin decisión propia? Yo los haré que se volteen en tu contra, tal y
como tú hiciste conmigo. El primer hombre, tu primogénito, desvalido sin ti,
escuchará mi confuso llamado y padecerá la soledad para siempre arrastrando a
su compañera hacia el mismo castigo.
Adán será
nada.
Yo soy el primer
hombre que fue juzgado, primero por Dios, después por mi mujer. Me tacharon de
infiel y mujeriego, sin entender que lo único que buscaba era colmar mi inmensa
soledad. ¿Por qué Dios creó a la hembra de mi costilla? ¿No se dio cuenta que
dejó un gran vacío, justo a un lado de mi corazón? ¿Por qué se marcó semejante
destino?... ¿Por qué?... ¿Por qué la soledad es la maldición que hemos de
cargar los amantes? Y todo por un juego de poder entre el Bien y el Mal. Después
de haber vivido en el Paraíso, ahora caminaré por siempre y buscaré sin
encontrar quien pueda llenar el vacío de mi corazón. Ella –la costilla-, a
pesar del abandono, me esperará. Y moriremos en una eterna soledad, condenando
con el mismo fin a nuestra descendencia.
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