Por: Alexis Guerrero Lomelí
Voraz,
ambicioso, con paso firme y preciso, así abate las calles de esa gran ciudad:
New York. Como un toro dominante, nunca baja la mirada.
Alexander,
su nombre. Uno de los financieros más importantes en aquel Wall Street y,
también emblemático hombre cuya apasionada vida habla por sí misma.
Es
sin duda alguna su rostro perfecto, de mirada penetrante, quijada bien
definida, que al unísono de su voz lo plasman cual líder. Sujeto más frío no
podía existir en aquel demandante negocio financiero.
En
la entrada un guardia de bigote singular, le recibe.
─Muy buenos días, Mr. Cowell ─abriéndole la puerta al renombrado titular.
Él nunca se detiene, sigue adelante hasta cruzar la recepción, toma el ascensor, sube a su piso. Casi sin parpadear llega a su oficina, el trabajo le aguarda; también el periódico “the Journal”, su café y ese puro que desde hace un tiempo le es un vicio.
Analista,
siempre solo. Con genialidad ve las cifras del encabezado: un 1.4% a la alza,
pero jamás es suficiente. Insaciable de sí mismo.
Cuando el
fin del día se pronuncia por la ventana, hasta desvanecerse frente a su cara
como el humo de su tercer puro ya sin vida, recibe esa llamada que irrumpió su
tranquilidad, acelerando sus mil revoluciones. Un intercambio de palabras.
Sonidos que se prolongan hasta alcanzar el último rayo de sol de esa naciente
noche. Es ahora la sombra la que lo acompaña; el súbito aire vacío que queda
cuando nadie espera su regreso. Nadie piensa en él.
En
salida soberbia sube a su auto; conduce en esa ciudad helada, vestida de
luminarias y semáforos que danzan siempre con la misma música. Calles llenas de
coches que viajan a no sé dónde.
De
noche todos usamos máscaras, que se tiñen de tantas formas. El alcohol que nos
abraza es delirio, traje que portamos orgullosos con nuestra frente muy en
alto.
El auto
acelera. 100, 180, 200… el semáforo en rojo lo detiene de golpe. El freno a
fondo deja las marcas de desgaste en el pavimento. Parpadea y vuelve en sí, se
había hundido en aquel olvidado recuerdo que ahora habita su mente. Pero no hay
espacio para la soledad. Suspira. ¿Alguna vez lo hubo? “Nunca atrás”, se dice
insistentemente, una y otra vez, para aplacar el vacío. Al final ese dolor es
sosegado.
Es
presa de su olvido, pasado que lo invade, que lo inunda como las olas que
azotan contra la piedra. La soledad no siempre es una buena anfitriona. Quizá
viva consigo, pero no está a su favor. Cuando le ahoga, huir es la solución.
Al
llegar, le espera el valet del restaurante. Baja con esa sonrisa perversa y
calculadora. Es escoltado y conducido a su mesa.
Antes de sentarse se le invita desde el estrado, como importante financiero que
era, a brindar su gran discurso.
─Hummm-,
agravó su voz preparándose.
─Damas y caballeros, bienvenidos a esta celebración en honor a su estimulante pero precaria alza, que se ha obtenido en este periodo. Aunque conformistas, no todos se podrán poner esa vestimenta de entereza propia. No se preocupen, el éxito del trabajador es el festín del dócil. ─Pronunciados gestos de sorpresa y disgusto pintaron la sala, que sin importar su impertinencia, sonríe irónico en el estrado y alza burlona la copa del brindis.
Alguien en el público aplaude y muchos
más siguen la aturdida ovación que se proclama. Mas él sale caminando sin que
nada tome su atención.
Con
una sonrisa y una mirada que se pierde en ese mar de arrabiatas, se retira sin
decir más. Bebe y parte.
En
su habitación, es la luna quien lo acompaña, en su mano una copa de wiski y
ante la ventana recorre cada calle de esa compleja ciudad. Líneas de luz se
mueven, se detienen. Cuando el latir de su corazón que se expande, se contrae,
la extraña. Nada que se apega a su rostro es suficiente para sosegar esa
soledad sin pies que ata su vida.
Los pliegues en su mente se trazan.
Pinceladas toscas empiezan a darle forma a sus recuerdos, y se va al más íntimo
ayer de su vida.
"La recuerdo, cerca de la puesta de sol. Chica más hermosa no pude conocer, yo era el joven tonto que sin cautela recorrió ese camino plasmado en amor. Ella fue mi acompañante que con su mano me sobrecogió hasta ese altar, donde se deja la vida, donde los enamorados entregan el corazón, y fue mi corazón suyo. Así murió aquel día que le dio paso a la noche. Fuimos pasiones que se desvanecen como respiro sin dejar recuerdo, manos zigzagueantes que dejaron su olor, envolvieron mi piel. Amor le llaman a la unión de dos que ahora se vuelven uno. Cálida luz de naciente que chocaba con mi cara, acariciándola con sigilo. Voltee a verla encantado de sus ojos que me habían elevado por las estrellas de esa noche ya sin frío. Pero los pétalos son arrancados y el aroma de sus palabras se desvanecía, dejando oscuridad en ese día soleado ─por eso me acaricias sol, que has visto ya mi desdicha. Una dama sin rostro se acercó: Soledad que bebe de la copa del llanto, me dio una capa nueva, cubrió mi piel: toro enfurecido que dejó de ser rosa.”
Corazón
de hierro, frente al amor te encuentras e insistente toca.¿Acaso abrirás? ¿O
gritarás enfurecido por la agonía que te lacera?.
Sucumbieron
días y noches enteras, desde que volviéndose bestia profirió el bullicio, el
olvido fue arquitecto de muros de piedra inmensos que se levantaban sobre la
vista, fue contención de usurpadores, que confinaba el último susurro de esa
flor ya marchita.
Piel
morena. Mujer hermosa de melena indomable que con el viento contonea un oscuro
mate. Fueron sus ojos sublimes los que se encontraron cara a cara con mi alma.
¿Quién es esa bandida que se aventuró en mis labios, ardor de sus manos que
fueron lentas cinceladas de aquella que grababa su nombre?
“Perspicaz había sido ella, quien
decidió embaucarse en mí, probando el sabor de mis heridas, sanando el alma que
ya arrastraba como resultado de la hipocresía de mi frente que se alza sobre
todos. En mi último trago de ese whisky ya amargo, tuve miedo. Quizá
de encontrarme una vez más con esa quimera.”
El
sonido agudo del timbre se hizo presente en la habitación ya vacía. Una
contestadora atacó la llamada. "¿Cómo
te fue hoy?... Te extraño... Ven pronto.. Te amo." Aria le dijo con
ternura.
El
silencio en la habitación se interrumpe por el pronto golpeteo de las persianas
que se estremecen por ese viento tan fuerte. La ventana abierta capta con
esfuerzo el apenas sonoro eco de la ciudad. De pronto un
mensaje más: Soy yo, Grecia... soló llamo para confirmar lo de
hoy...Espero verte... Hace años que no nos vemos... Por favor no faltes.
El pasado le sobreviene irónico de sus
pasos titubeantes. Se mofa, y le destierra al extravío en pos de
victoria del miedo.
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