Por:
María Delia Perla
Velázquez Banda
¡ Oh alma mía, que te encuentras en las afueras del suplicio!
Es una esperanza el poder estar librado de las cadenas a la que estuve sometido, al experimentar el dolor de estar contemplando la desdicha de los hombres con respecto a su indiferencia ante la sociedad.
Al ver, inmóvil el cuerpo que me acompañó en días dichosos, pregunté: “¿Porque me pasó esto a mí?”.Contemplar la desesperanza reflejada en las lágrimas y en las manos arrugadas de mi esposa en la ventanilla de aquel artefacto, que me llevaría al lugar sombrío que todos temen en este camino de estadía pude sentir un estupor.
Mi esposa, mi compañera en esta vida, fue el inició de mi graduación de toma de decisiones correctas así como un magistrado en labor. Tuvimos cuatro hijos; dicha felicidad trajo a nuestro hogar un lugar de bienandanza como un pedazo de cielo en este edificio infortunado.
Noticias de guerras, epidemias, robos, asesinatos, indiferencia de los hombres ante los problemas concerniente al inminente, son razones de tranquilidad en este estado inerte no sometido a las bajezas e intemperancias de la sociedad.
¡Estoy viendo un lugar hermoso, resplandeciente parecido a un amanecer junto con mi esposa, hijos y nietos; esta es una esperanza de que algún día puedo continuar ese innato olor a hogar en esta etapa de tranquilidad!
La esencia de esta gran persona transpiró hasta lo profundo de cualquier raciocinio humano, mientras a lo lejos, en presencia del cuerpo de Eduardo, hombre integro amado por todas las personas que lo rodeaban, la gente en su funeral lloraba y clamaba pidiendo que estuviera en un lugar de reposo infinito de esta sociedad infausta.
En esos momentos de gran desconsuelo, la Sra.Martha,viuda de Hernández, con la valentía de una guerrera a punto de triunfar a pesar del martirio, se puso de pie y pronunció las siguientes palabras:
-La infancia de Eduardo fue muy severa por la falta de su Padre. Me contó que desde que tenía cinco años ayudaba a su madre a vender comida en las afueras de la Celaya, antes de ir a su escuela por las mañanas. Aún con su ropa desgastada, nunca influyó en su ánimo que reflejaba cordialidad y respeto en el trato con su prójimo, hasta el grado de que asombraba tanto a sus maestros, compañeros de la escuela, así como sus vecinos y por lo cual le llamaron: “El buen Eddy”.
Con estas majestuosas palabras el ambiente de temor y desesperanza, fue eclipsando las mentes de los presentes.
Y para terminar de manera imperiosa, la viuda, mencionó:
“Con certeza puedo decir, que él buen Eddy, merecedor de un estado de reposo, aún entre el sombrío, tendrá paz y felicidad, las cuales forjó en nuestro hogar libre de este lugar de tribulación e indiferencia de la sociedad y poco respeto ante la vida”.
“Con certeza puedo decir, que él buen Eddy, merecedor de un estado de reposo, aún entre el sombrío, tendrá paz y felicidad, las cuales forjó en nuestro hogar libre de este lugar de tribulación e indiferencia de la sociedad y poco respeto ante la vida”.
Y así termino la historia del gran Eduardo, y el comienzo de otra etapa de estadía, en un lugar de lejanía.
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