Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

1 sept 2014

Sócrates






Dentro de la preciosa y floreciente Grecia vivía un niño que era casi como todos los demás, quizá un poco más curioso que el resto, pero siempre hábil, juguetón y extremadamente feliz y humilde de corazón. Le gustaba observar los enormes e imponentes cerros, le gustaba ver la luna y sobre todo, le gustaba contemplar todo cuanto el hombre había creado. Travieso y siempre en movimiento, el pequeño Sócrates disfrutaba cada día de las aventuras que la fértil Grecia le proporcionaba. No tenía muchos amigos  pero los que tenía le eran invaluables, le encantaba salir a jugar todas las tardes con ellos para divertirse y pasear por los campos que siempre les brindaba innumerables cosas con las que entretenerse.

Debido a esto, no era raro que Sócrates anduviera siempre con sus vestiduras rasgadas por aquí y por allá, cubierto con raspones que seguramente al llegar a casa su cariñosa madre se encargaría de sanar. Sin embargo ya no podía escucharla ¡Odiaba tanto que lo tratara como si fuera un bebé! Más aún cuando estaba en frente de sus amigos. No le gustaba cuando la oscuridad de la noche bañaba todo a su paso, podía gustarle la luna pero ese era su único consuelo cuando se encontraba rodeado de oscuridad, tal vez porque sabía que su padre no llegaría a consolarlo, igual que en las noches anteriores.

Además de todo, tenía un lado interno de su personalidad que consideraba sumamente íntimo, y cuando se daba cuenta de que el clima era predilecto, el pequeño Sócrates se alejaba de manera misteriosa de sus amigos y subía una de esas montañas, altas pero generosas, que le permitían ver su mundo desde otra perspectiva que le dejaba respirar ese delicioso aroma proveniente de los campos y las flores que le regalaban un momento de privacidad de su familia, de sus amigos, de Grecia.

Era en esos instantes cuando la verdadera esencia de Sócrates surgía de lo más recóndito, ahí podía ser libre de verdad, ahí podía pensar y volver a pensar en asuntos tal vez triviales o tal vez importantes ¡Quien sabe! Solo era un niño pero todo eso le encantaba. Podía ver el atardecer miles de veces, no importaba, porque siempre le parecía igual o más resplandeciente que la última vez de su encuentro con el ocaso.


Soñaba con ser famoso, con alcanzar y tocar las estrellas, y con algún día, ver a su familia reunida de nuevo. Le gustaba ver a futuro ¿Qué clase de experiencias le deparaba el destino? ¿Hasta dónde podían llevarle sus sueños? ¡Ojala que algún ser humano en la Tierra lo recordara luego de irse! Desde luego, también pensaba en su duce y bonita vecina, y claro, en que deseaba que la cena ya estuviera lista. Después de todo, todavía era un niño. 

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