Por: Mauricio Alexis Pérez
Jaramillo
Me encontraba acostada, con los ojos
cerrados, las manos sobre mi vientre. Diego, en otros tiempos, gustaba de verme
así en aquellas ocasiones cuando se levantaba temprano, para pintar, mientras
tomaba una taza de café, la primera de muchas a lo largo del día. Sin embargo
ahora es una imagen totalmente diferente.
Mi rostro estaba apagado, a pesar de la
gran cantidad de velas postradas a mí alrededor, mi cuerpo de no más de los 45
años se encontraba frio, sin vida, que desperdicio, me habría dicho a mi misma
si estuviera de pie frente a esta caja.
Esta caja, hecha de cedro fino, con
flores talladas en las esquinas, justo como le dije que la quería, cuando en
una ocasión empecé a hablar de la muerte mientras veíamos la caída del
atardecer.
Ahora nosotros, nos encontramos ahí,
nosotros. Diego en la cima de su carrera y con un largo camino por recorrer, y
yo que después de haber también tocado la cima ahora estoy aquí con mis ojos
cerrados antes de lo previsto.
La casa donde antes habíamos compartido
momentos de felicidad ahora es el lugar para una triste despedida, rodeados de
nuestros amigos, cada uno de ellos paso a verme dentro del ataúd en el que me
encontraba, algunos de ellos llorando, otros conversando de tiempos pasados,
otros sentados haciendo oración en silencio.
Diego seguía observándola, tratando de
revivir ese sentimiento que experimentaba aquellas mañanas en las que se
levantaba temprano para empezar a pintar, uno de los presentes, al percatarse
de esto, se acerco a Diego. Se trataba de Felipe, uno de los amigos de Frida
desde la infancia, se acerco a él y lo invito a sentarse para charlar, Diego
acepto amablemente y ambos tomaron asiento.
Felipe le hablo de que la artista había tenido
una infancia difícil, era la menospreciada de la familia debido a que no fue
deseada, era de una familia con recursos económicos bajos, no vivían al día, le
aclaro, pero era una familia que nunca tuvo lujos.
El único lujo que tuvo fue el de hacer
pequeños viajes dentro del DF, en los cuales la pequeña Frida disfrutaba de los
diversos eventos culturales de la ciudad, pero lo que más le llamo la atención fue
el folklore que observo dentro de lugares como Xochimilco, su lugar favorito
para visitar, esto, decía Felipe, fue la experiencia que inspiro a Frida para
ser artista.
Diego, quedo conmovido por estas
palabras, volteo la mirada hacia el ataúd donde ella se encontraba, y tal y como
aquellas mañanas en que se levantaba temprano, experimento la misma sensación que
añoraba.
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