Por Maria Fernanda Rostro Saldaña
Se
encontraba sola y triste, todo en ese gran departamento de paredes blancas,
pisos de mármol e inmensas ventanas, le causaba angustia y pesar, para muchos tal vez eso sería algo extraño, pues como podía ser alguien tan
infeliz, si se vive como un noble.
Ese
pensamiento le causo gracia por lo cual esbozó una burlona sonrisa, ante todas
las personas su vida era perfecta, tenía un buen marido, guapo, con una
envidiable posición económica y que además era un respetable médico, la
solvencia económica de su marido les permitía darse ciertos lujos como una
hermosa mansión de estilo victoriano llena de obras de arte como pinturas de
reconocidos pintores y esculturas de incalculable valor, una casa en la playa a
orillas del mar, una colección de autos deportivos y su departamento que se
encontraba al norte de la ciudad, poder viajar varias veces al año a exóticos
parajes y a ella vestir, calzar y usar prendas y joyas de los mejores
diseñadores de fama internacional.
Si
todo aquello podía sonar maravilloso y hasta cierto punto lo era, es cierto que
vivía cómodamente y podía darse lujos que cualquiera hubiera deseado, todas las
personas que la conocían y visitaban su apartamento siempre le decían lo
afortunada que era por ser como una reina que vivía en un hermoso castillo, sin
embargo para ella ese lugar que todos consideraban un hermoso castillo de
cristal no era más que una horrible jaula de oro, pero al fin y al cabo jaula
ya que ese lugar no era un verdadero hogar solo la aprisionaba y le quitaba su
libertad.
Tal
vez la mayoría de la gente hubiera dado lo que fuera por estar en su lugar pero
eso era porque ellos solo veían el banal espejismo que era su vida, pues a qué
precio tenía todo aquello, de que le servía tener todos esos bienes materiales,
si en realidad no era feliz, si ya no tenía lo único que realmente le
importaba, lo único por lo que en realidad vale la pena luchar, lo más valioso
de este mundo el amor.
Suspiro
y se levantó del sillón rojo de piel en el que se encontraba sentada tomo la
copa con vino tinto que se encontraba en la mesa de centro de caoba, con su
delicada mano acerco la copa a sus
labios pintados de color carmín y de un sorbo casi sin darse cuenta, se bebió
más de la mitad del contenido.
Respiro
profundamente y después exhalo, como si con esa exhalación pudiera expulsar de
su cuerpo todo aquello que la atormentaba y hacia que en su garganta se formara
un nudo que parecía que la asfixiaba hasta dejarla sin aliento.
Después
de dejar nuevamente la copa sobre la mesa de centro camino por la sala, al
momento que sus pies descalzos hicieron contacto con las suaves fibras de la
alfombra sintió un cosquilleo en las terminaciones nerviosas de las plantas de
los pies, esto provoco en ella una sensación placentera.
Camino
hasta quedar parada frente a un gran ventanal que daba hacia un parque lleno de
jacarandás, los pétalos de jacarandá se encontraban esparcidos por el suelo,
dando la impresión de que el parque estuviera cubierto por una hermosa alfombra
de color morado, Deslizo el vidrio permitiendo que la brisa otoñal y algunos
pétalos de jacarandá entraran al apartamento, de pronto la brisa soplo más
fuerte y comenzó a jugar con las hebras de su cabello color azabache.
Después
de unos instantes empezó la puesta de sol, observo maravillada como el cielo
que antes era de un color azul claro comenzaba a teñirse de una gama de rojos y
anaranjados.
Sin
duda era un espectáculo magnifico el presenciar el atardecer caer sobre el
parque lleno de pétalos morados que danzaban con la brisa de la tarde, entonces
recordó que no había completado un
atardecer tan magnificó desde la tarde de verano en que mientras se
encontraba en un viaje por Grecia con su amado, se habían detenido en la isla
de Santorini y este en un pequeño restaurante de la isla le había pedido que
fuera su esposa.
Era una espléndida tarde de Junio cuando ella
se encontraba en esa hermosa ciudad donde predominan los colores azul y blanco,
en donde la brisa tiene impregnado un olor a sal y en donde se puede apreciar
desde los peñascos el majestuoso mar color turquesa, ella utilizaba un hermoso
vestido color blanco, unas sandalias doradas y un sombrero color rosa pálido,
su cabello azabache se encontraba suelto y un poco ondulado, de pronto sus
orbes color esmeralda se posaron en los ojos color café de un apuesto joven de
cabello color castaño cobrizo y de piel bronceada, el joven le extiendo la
mano caballerosamente, la atrae hacia él
y le da un beso en la frente, después le dice que lo acompañe a tomar un
helado.
Los
jóvenes llegaron hasta un pequeño restaurante a orillas de un peñasco el cual
se encontraba rodeado de jacarandás, desde la terraza del restaurante se podía
ver perfectamente el mar, después degustar un delicioso helado, los jóvenes
contemplaron maravillados la hermosa puesta de sol que acariciaba con sus rayos
las hermosas aguas turquesas del mar Egeo y que era acompañada por la brisa
marina y los pétalos morados que parecían revolotear en el aire lo que creaba
un espectáculo único, luego de que los últimos rayos del sol se ocultaran
tras el horizonte, el joven de cabello
cobrizo se arrodillo frente a su amada y acompañado por el primer lucero que
aparecía esa noche en el cielo, le pidió a su novia que compartiera el resto de
su vida con él y le juro amor eterno.
De
pronto él ruido de una puerta al abrirse la devolvió a la realidad, ya no se
encontraba en la hermosa ciudad costera en donde había vivido los únicos
momentos al lado de su marido, en los que realmente había sido feliz, estaba de
vuelta en la sala del departamento que compartía con su esposo.
El
sonido que la transporto de nuevo a su triste realidad había sido producido por
aquella persona que tantos pesares había traído a su vida, éste entro como
siempre frió, indiferente, mirándola con aquella penetrante mirada que lograba
dejarla sin fuerzas, paso a su lado sin dirigirle la palabra, apenas notándola,
ella suspiro quedamente ya estaba acostumbrada a aquella situación, sus ojos se
llenaron de lágrimas cuando de nuevo aquellos hermosos recuerdo de su viaje a
Santorini regresaron a su memoria.
Como
añoraba aquellos días en los que su amado era detallista, cariñoso y de verdad
la amaba, aunque eso no había durado demasiado tiempo, un mes después de
regresar de Santorini contrajo nupcias con él joven médico, comenzó su vida de
casada con muchas ilusiones y colmada de dicha, sin embargo algunos meses
después, esas ilusiones se fueron destrozando poco a poco y la dicha se esfumo
para no regresar jamás, pues su vida en realidad no era lo que había esperado,
el trabajo poco a poco fue adsorbiendo cada vez más a su marido, la rutina se
fue haciendo presente y el amor poco a poco comenzó a desaparecer, pues no hay
nada peor que la monotonía y el desinterés para lograr que una relación
comience a desgastarse, ahora la situación es deplorable pues ella y su cónyuge
a penas y se dirigen la palabra se han vuelto dos extraño que tienen recuerdos
en común y que viven bajo el mismo
techo.
Ella
deja que las lágrimas recorran libremente su rostro mientras se repite que nada
podrá volver a ser lo mismo, pues ellos ya no son ese par de jóvenes que hace
algunos años se juraron amor eterno frente a un hermoso mar ahora solo son dos
personas que viven juntos y que frente a la sociedad son la pareja perfecta,
después de un rato sus ojos han quedado rojos e hinchados por tanto llorar, al
final solo queda eso la tristeza, las heridas y los recuerdos
.
Se
limpia con la manga de su suéter el rastro que el llanto había dejado en su
rostro, entra al baño y después de lavarse la cara, se dirige a la habitación
que comparte con aquella persona a la que solía amar, antes de entrar a su
alcoba un último recuerdo de aquella época feliz viene a su memoria por lo que
esboza una melancólica sonrisa y susurra para
sí: “fue un sueño divertido, pero es hora de volver a mi realidad”.
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