Por María Fernanda Rostro Saldaña
Me
encuentro algo cansada ha sido una semana difícil en la universidad con tantos
proyectos, exámenes, tareas y trabajos he acumulado demasiado estrés, y ahora
que es viernes y por fin tengo un poco de tiempo libre he decidido descansar y
relajarme, así que me dirijo a visitar a mi abuela su compañía siempre me
reconforta y el hablar con ella alivia mis pesares.
Al
llegar a su casa me encuentro con que su jardín está húmedo a causa de que mi
tía acaba de terminar de regarlo, el olor a tierra mojada mezclado con el olor
a flor de azahar que despiden los naranjos, me resulta muy placentero ese
perfume en particular siempre me ha gustado mucho pues lo relaciono enormemente con mi infancia.
La
dulce fragancia me transporta instantáneamente a mi niñez, comienzo a recordar
cuando tenía seis años, en ese entonces era una niña muy inquieta, me encantaba
correr descalza por el jardín y sentir el pasto entre los dedos de mis pies.
En
ocasiones se sentía suave y terso, en otras ocasiones cuando aún no había sido
podado se sentía rasposo, me causaba picazón y un ligero cosquilleo.
También
recuerdo el olor embriagante y dulce que
se desprendía de los jazmines y de las gardenias, y que endulzaba la brisa fresca de la tarde,
recuerdo lo bien que se sentía el césped mojado por el rocío de la mañana cuando
corría por él, después de un día de lluvia.
Me
parece que aun pudiera percibir el sonido que producían los grillos y las cigarras
al cantar en las noches de verano, también me parece sentir de nuevo la dura
textura de las piedras y guijarros que formaban el camino que cruzaba y dividía
al jardín, por el cual yo corría descalza como si en lugar de piedras y
guijarros el camino estuviera formado por algodones.
Además
recuerdo como me gustaba el sabor de los duraznos y las naranjas que crecían en
la parte trasera del jardín, y también me es fácil recordar cómo me desagradaba
el sabor de unos extraños frutos llamados lichis, esos que parecían fresas con
una cascara gruesa por fuera y cuyo aspecto interior se asemeja al de una uva
pero cuyo sabor era muy diferente y me era repugnante al paladar.
Recuerdo
también la sensación desagradable que se producía en mí cuando por curiosidad
me acercaba a los rosales y tocaba las espinas de las rosas encajándolas en mis
dedos, provocándome un dolor insoportable y por consecuencia consiguiendo que
mis yemas sangraran.
También
recuerdo el sonido del dulce trino de los pájaros que cantaban para mí posados
en las ramas de la buganvilia, me resulta divertido evocar el recuerdo de lo
que sucedía después, los pájaros se acercaban a la fuente a beber agua y después
desplegaban sus alas y emprendían el vuelo yo corría por el jardín tratando de
alcanzarlos y después cuando se habían elevado tan alto que no podía tocarlos
me maravillaba el ver como partían y se producía en mí una sensación indescriptible
pues yo deseaba tener alas al igual que los pájaros para así poder elevarme a
grandes alturas y surcar los cielos.
Pero
el recuerdo que más disfruto evocar en mi memoria es la sonrisa que se producía
en mí después de probar el dulce sabor de mi hasta aun hoy, fruto favorito, el
exquisito sabor del caqui, ese extraño fruto color naranja de origen japonés y
chino, que solo se cosecha en los meses de septiembre y octubre.
En
efecto el jardín de mi abuela es mi lugar favorito, pues siempre que lo visito
se evocan en mi memoria dulces recuerdos de mi infancia, sin duda los momentos más
hermosos y felices de mi vida hasta ahora.
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