Por María Fernanda Rostro Saldaña
Jesús
llegó sin aliento a la estación desierta “la misión”. Su gran valija, que nadie
quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo,
y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte.
Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía
partir.
Dios,
salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse Jesús se
halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una
linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al
viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted
perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva
usted poco tiempo en este país del Edén?
-Necesito
salir inmediatamente. Debo hallarme en el Cielo. Mañana mismo.
-Se
ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es
buscar alojamiento en la fonda “el desierto” para viajeros -y señaló un extraño
edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero
yo no quiero alojarme, sino salir en el tren de la vida.
-Alquile
usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda
conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor
atención.
-¿Está
usted loco? Yo debo llegar a al cielo. mañana mismo.
-Francamente,
debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por
favor…
-Este
país del Edén es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no
ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo
que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos.
Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación Getsemaní;
se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta
solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y
que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país del Edén
así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su
patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero,
¿hay un tren de la vida que pasa por esta ciudad de Israel?
-Afirmarlo
equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los
rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están
sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones
actuales, ningún tren de la vida tiene
la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he
visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron
abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor
de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón celestial.
-¿Me
llevará ese tren de la vida al cielo?
-¿Y
por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente al cielo? Debería darse
por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará
efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el del cielo?
-Es
que yo tengo un boleto en regla para ir al cielo. Lógicamente, debo ser
conducido a ese lugar, ¿no es así?
-Cualquiera
diría que usted tiene razón. En la fonda “el desierto” para viajeros podrá
usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes
cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes
para todos los puntos del país del Edén. Hay quien ha gastado en boletos una
verdadera fortuna…
-Yo
creí que para ir al Cielo. me bastaba un boleto. Mírelo usted…
-El
próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero
de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y
vuelta para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos
túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la
empresa el Génesis .
-Pero
el tren que pasa por el cielo., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y
no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación Getsemaní, y los
viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que
no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a
un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo
es eso?
-En
su afán de servir a los ciudadanos, la empresa “el Génesis” debe recurrir a
ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables.
Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la
vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los
fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa “el Génesis”, que
todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente “el infierno”
y un vagón cementerio “necrópolis”. Es motivo de orgullo para los conductores
depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la
estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren
trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se
estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los
durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa “el
Génesis” - se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los
golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí
los viajeros sufren por igual, hasta que el tren de la vida queda totalmente
destruido.
-¡Santo
Dios!
-Mire
usted: la aldea de Belén. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue
a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron
hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas
conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas
amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido Belén.,
una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios
enmohecidos del tren.
-¡Dios
mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita
usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No
crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus
capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos
escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios.
Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista Gabriel advirtió a tiempo una
grave omisión de los constructores de la línea catarsis. En la ruta faltaba el
puente boreal que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista Gabriel, en
vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo
necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue
desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que
todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El
resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció
definitivamente a la construcción del puente boreal, conformándose con hacer un
atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar
esa molestia suplementaria.
-¡Pero
yo debo llegar al cielo. mañana mismo!
-¡Muy
bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre
de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda “el desierto” y tome el
primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para
impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera
demasiado larga, salen de la fonda “el desierto” en tumulto para invadir
ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble
falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a
aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y
el tren de la vida se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación.
Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan
mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y
la policía no interviene?
-Se
ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la
imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente
costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su
venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados
que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió
entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros
viajeros reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se
les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y
a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para
evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero
una vez en el tren de la vida, ¿está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente.
Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso
de que creyera haber llegado a al cielo., y sólo fuese una ilusión. Para
regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa “el Génesis”
se ve obligada a echar mano de ciertos
expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en
plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un
poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del
teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos
muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una
perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio
infinito.
-Por
fortuna, el cielo. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero
carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la
posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización
de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje
sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo
que pasa. Compran un boleto para ir al cielo. Viene un tren de la vida, suben,
y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado al cielo”. Sin
tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en
el cielo.
-¿Podría
yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro
que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas
maneras. Suba usted al tren de la vida con la idea fija de que va a llegar al
cielo. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus
historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué
está usted diciendo?
En
virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos
espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu
constructivo de la empresa “el Génesis”. A veces uno no sabe lo que dice y
habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos
que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente
saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor
imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón
cárcel “limbo” o le obligarían a descender en una falsa estación perdida en la
selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos
y no ponga los pies en el andén antes de que vea en el cielo. alguna cara
conocida.
-Pero
yo no conozco en el cielo. a ninguna persona.
-En
ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas
tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a
caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de
ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los
pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos,
operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que
el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas
enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los
cristales.
-¿Y
eso qué objeto tiene?
-Todo
esto lo hace la empresa “el Génesis” con el sano propósito de disminuir la
ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de
traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de
una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde
vienen.
-Y
usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
-Yo,
señor, solo soy guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y
sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he
viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan
historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea
de Belén., cuyo origen le he referido.
Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas.
Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el
pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de
grutas, de cataratas o de ruinas célebres: “Quince minutos para que admiren
ustedes la gruta tal o cual”, dice amablemente el conductor. Una vez que los
viajeros se hallan a cierta distancia, el tren de la vida escapa a todo vapor.
-¿Y
los viajeros?
Vagan
desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por
congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en
lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales
suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con
mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un
pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
Dios
sonriente hizo un guiño y se quedó mirando a Jesús, lleno de bondad y de
picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un
brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es
el tren de la vida? -preguntó Jesús.
El
anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta
distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene
usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡El
purgatorio! -contestó Jesús.
En
ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de
la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al
encuentro del tren.
Al
fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.
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