Por: Katia Sánchez Ortega
Váyanse de aquí que
todos están muriendo; hombres y mujeres día a día, en un mundo donde no tener
corazón los hace inmortales, en un mundo tan gris y absoluto que terminamos
aprendiendo a vivir en la memoria de un ladrillo, un muro sin arquitectura.
Huyan, antes de que sus
amores se vuelvan cadavéricos y no respondan a nuestras voces, tan lastimadas
por sufrir grietas en exceso.
Váyanse, porque la
grosería de la indiferencia está tomando el control de los discursos éticos
para las prácticas revolucionarias.
Vámonos a rastras, con
los codos gritando plegarias de dolor, con las rodillas hinchadas, con los ojos
lúcidos, feroces.
Vámonos, que de ninguna
manera vamos a salir ilesos de esto, necesitamos pasiones violentas para
rescatar etcéteras de felicidades.
Vámonos sin quedarnos
dormidos, para despertar humanos en vez de individuos, ya no sonámbulos
sociales, ya con la imaginación como principio político.
Vámonos a donde no
respiremos llantos ajenos de los vestigios de un Hiroshima y Nagasaki. Vámonos
de esta oligarquía hermética, que hace de nuestra alma empedrada un objeto
innoble.
Vámonos porque estas sonrisas anoréxicas, claman correspondencias sin azúcar, porque nuestros torrentes sanguíneos hablan de la muerte, de las heridas de gestación y de una opresión definitiva que convierte la existencia en un montón de corazones asmáticos.
Vámonos porque estas sonrisas anoréxicas, claman correspondencias sin azúcar, porque nuestros torrentes sanguíneos hablan de la muerte, de las heridas de gestación y de una opresión definitiva que convierte la existencia en un montón de corazones asmáticos.
Vámonos para evitar el
dolor de la pérdida constante de la humanidad, de aquellos que pelean para
mantener trabajos que no quieren, pero temen una alternativa peor.
Vamos a salvar nuestros
sufrires naturales, nuestras soledades acumulativas, nuestros espacios
personales, estos gestos heredados, nuestras crisis emocionales, existenciales.
Vamos a salvar el buen tequila, el whiskey malo, el ron barato, las realidades
ineludibles pero no constantes. Habrá que salvar también nuestras cicatrices
que llevan por nombre el primer amor, el primer dolor. ¡Vamos a matar al miedo,
no a morir de él!
Me iré, para dejarle la
suerte a los haraganes que no se la merecen. Voy a romperle la cara a los paradigmas tan
sofocantes del mundo entero, salvar las memorias de mis latidos, habitados en
las lenguas de unos dedos desconocidos, que desmoronan unos huesos que
palpitan.
Voy a salvarme de estas lágrimas aplastantes,
monumentales y mudas. Voy a salvar los escalofríos de la entrepierna, de la
columna vertebral, de detrás de los ojos, de toda la garganta.
Habrá que salvar la
personalidad de mis paladares, la congruencia de mis manos, el cansancio y
memoria sensorial de estos pies toscos.
Voy a salvar miles de
insomnios de nicotina y alquitrán, nuestros vicios homicidas. Voy a salvar mi tesoro
más preciado, el tiempo, mis decisiones impulsivas, unos pensamientos anacrónicos
y mi creencia en lo infinito.
Les tengo una
propuesta: despierten y vayan a pertenecer a su propio universo.
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