Por:
Katia Sánchez Ortega
La poesía me es
indefinible. No puedo reducirla a simples palabras carentes de significado,
moralizadas ya por una humanidad que pretende hacerle guerra a cualquiera que
sea poeta, pero son su única arma, víctimas enamoradas insuficientes por su uso
en decadencia, tanto como la fe, tanto como la naturaleza. La poesía se queda
cuando todo se va, son entrañas hechas a mano. Habita en la sala de espera de la muerte, para ayudar a morir mejor. Eres tú dándote cuenta de tu
sombra reflejada en pleno sol de mayo. Es insomnio, es desvelo.
La poesía es la línea
delgada que hay entre mi vacío haciendo presencia y tu hastío concurrido,
anacrónico, perdiendo paciencia. Es la distancia entre los rabillos de unos
ojos ciegos y el amorío entre unos oídos sordos.
Es la conciencia
histórica de una desobediencia civil, es el desgarre de una garganta castigada
por aludir a gobernantes benevolentes. Es lo sobrenatural de lo cotidiano.
Es la sensación de un
estornudo interrumpido y la pequeña muerte que se siente cuando sigue su rumbo.
Es un desamor en su expresión más sombría. Es un vagabundo con comida y un
político famélico. Es la culpa de la muerte y el reclamo de los vivos.
La poesía son heridas
sin suturas, es carne débil, espíritu febril, nostalgias heredadas. Es la forma
de los cerros y una carretera al cuarto para las siete. Es el nudo en la
garganta y un “se me hizo agua la boca”. Es mi talón de Aquiles y un dolor de
pecho.
La poesía es la
cantidad considerable de fracasos permitidos y un sinnúmero de éxitos precoces.
Es el humo diario, nocturno, diurno y en ayunas. La poesía es un rumoroso silencio,
sexual, lúdico, emocional, son ruinas sin voz.
La poesía es un loco
tratando de explicar las razones de su locura. Es la sed y cansancio de los
viajeros frecuentes, es el parecido extremo que hay entre una arruga y una
cicatriz, entre la infancia y las infrecuentes alegrías adultas, que perduran
sin interrupción. Es
infartante. Es la realidad confundida con un sueño profundo. Son los años que
me ha otorgado el tiempo. Son 20 000
días en la tierra y unos cuantos minutos en el infierno.
La poesía es un mundo sin censura, sobredosis de emociones. Es la causa del mutismo
selectivo. La misofonia de los ancianos. Es el desorden de sueño que me cargo. Es
el placer de la última palabra, es el abismo de letras extraviadas. Es ésta
soledad habitable y ustedes siendo testigos de ella.
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