J. Antonio L. Carrera
No hay mañana que me levante más
deprisa hacia nuestro encuentro, amiga mía. No hay día en que al verte, mi corazón
no quiera salir brincando para meterse en ti. Y gracias a Dios, mi panza no
habla, porque no existe tarde, que no me delate esa angustia en mi vientre, ese
hormigueo dentro, mientras me aproximo a verte.
Después de unas cálidas horas a
tu lado, mi tristeza vuelve cuando sé que la despedida está por llegar. Luego
recuerdo ese pacto contigo, amiga mía, que el día que te lo diga: que muero por ti, ese
mismo día, moriré de tu vida.
Y madrugada la noche regreso,
cabizbajo, a afrontar esa misma vieja batalla: ¿Qué día te diré todo esto, mi querida
amada?
No hay comentarios:
Publicar un comentario