Por: Katia Sánchez Ortega
¿Quién
maneja mis huesos?
Escucho
una geografía sonora de mis pasos, y veo una versión tangible de mis miedos,
que no son nada.
Y la
muerte, que cubre mi cara, mientras me acurruca, se sienta a mi lado, y me hace
compañía.
Y a las
400 madrugadas, el frío me toma en su regazo que duele tanto, se sienta
mientras descansa de sus labores y observa a los perros humanamente individuos
y les indica a las palomas el rumbo, sin vuelo.
Y me
habla un perro sabio, distinguido e indecente, a quien se le va la vida por la
ventana.
Y mis palabras
de lo prohibido chillan para deshacerse, y con ellas mis diablos de dulce y
colores que me acompañan cuando penetro en las capas del aire infinito,
corriendo con el crimen tatuado en el alma.
Y en el día, cegada de mis monstruos nocturnos,
vengo nadando, y es tanta la sorpresa
que mi cuerpo mismo se rechaza. Me desconecto y contemplo.
Y se me presentan espejismos, me gritan que
despierte y arrebatan mis manos de las paredes, no me dejan ir.
Y una sociedad
permanece libre bajo el sonido que la resguarda y la asiste al suicidio de sus
propios habitantes, y la llenan de dolor y ella se humilla y los tira y no se
levanta.
Y se llenan
los cielos de vacilo y la tierra de corriente marina.
Aquí se
retoman los hechos cuaternarios, nada crece sin el permiso de las olas, late la
luna al paso, muriendo a gatas, empapada de un hedor ya viejo.
Y hoy,
como siempre, ando existiendo a medias, ando sin hacer camino, sin las migas de
pan que me regresan a casa.
¿Quién, sino uno mismo, ha de comerse sus propios huesos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario