Ese destino de las casas solas
de ser las protectoras y
únicos testigos
de los amantes que se adoran en las sombras,
deshaciendo el
mundo mientras hacen el amor.
Destejen lentamente
las membranas del cariño de
terceros,
rompen el tiempo, lo quiebran y lo embarran contra las paredes
hasta
que se escurre por el techo y les cae encima.
Y las casas, admiradas,
parece
que también suspiran,
se llenan de vaho,
se empapan de la vida y de la muerte
chiquita al mismo tiempo.
Resuenan y toman a la vez los sonidos del amor,
y los
guardan por todos los rincones,
los atesoran para la eternidad.
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