Por: Alexis Guerrero Lomelí
Había salido con 6 minutos de retraso hacia el metro.
Pero no había nada que pudiera impedir a esos Nike azules y su trote veloz llegar
a tiempo antes que la línea saliera. El regordete policía, escoltaba ya, a la
última persona a bordo del transporte.
Al cabo de unos pasos más y una zancada más larga,
estaba dentro. Lo había logrado. Bocanada a bocanada recuperaba el aliento que
le había entregado al camino, que pronto desaparecía tras esa puerta cerrada y
la velocidad con que avanzaba el vagón.
Con música alta en sus oídos, estremecía centímetro a
centímetro sus piernas delgadas y las hacía tiritar en son de compases. Había
olvidado el lugar en el que estaba y se profundizo en el intrínseco campo
deshabitado de su mente. Algo le hizo volver y dio una rondada al vagón con la
mirada para ver que nadie se había transmutado como él, ni aquella señora
anciana que se aferraba a su bastón con las dos manos. Al fondo del vagón un
sujeto leía un libro: “Tiempos Transcurridos” tenía la portada. Sus ojos navegaron
en el ancho vagón, mientras su mente se hundía en el mar de ese título.
Un verde muy chillón se alzaba por sobre todos al otro
lado de la ventanilla, con la ceja arqueada y una reacción expectante detuvo el
divagar de aquel chico. Era el encuentro de la manecilla de hora con el
segundero, que se tocaban tan frágil y rápido dando vida a la oportuna pasión
que hay en ese roce.
El filo de la espada se había blandido. Una danza en
el viento. Nadie parecía ceder en ese intenso toque de miradas y aun que delicados
los suyos, destellaban firmeza como hojas en primavera agitadas por el viento.
Silencioso fue el rubor que se hizo presente, uno de los dos perdía el duelo y
bajaba la mirada en paz.
El altavoz enunciando la estación aparecía tan
inoportuno que degolló el momento de forma abrupta. Ambas miradas de pronto tímidas,
analizaban el espacio buscando un hueco que ocultara el cálido efecto de ese
duelo.
Tras una puerta cerrada. En ella se asomaba cautiva
una mirada por la rabilla del ojo, que le iba encontrando despacio al mismo
tiempo en que él, aunque torpe, miraba con más brusquedad haciendo notar sus
pómulos rojos.
El juego volvía a reanudarse lento con caricias aún más
sutiles que se iban volviendo besos, sin que ambos pudieran tocarse. Una y otra
vez tras las estaciones, se pronunciaban las miradas más sagaces y brillantes
en sus ojos.
Pero el segundero estaba a punto de terminar su roce
de pasión. El tiempo deforme ya se había detenido mucho ante ellos y una parada
más, debía ser la definitiva. El corazón le iba a mil por hora, casi a la misma
velocidad con que avanzaba el metro.
Un sonido más fuerte se presentaba. Las puertas
abiertas eran su oportunidad. Un movimiento que se extendía desde sus muslos lo
impulso para salir tras un titubeo que casi le arrancaba la vida. Exaltado por
salir y tomarla, miro atrás, pero ya no encontró nada. Había desaparecido.