Por: Alexis Guerrero Lomelí
Entonces llegó. Llegó casi sin avisar a pesar de que
ya lo esperábamos, el día más importante de tu vida. Naces, creces y casi sin
que te lo digan sabes que llegará, a algunos no les toca o quizá solo no lo reconocen,
pero yo lo acepté, lo acepté a él aun cuando estuviera titubeante al espejo viéndome
así, es la sensación más escalofriante, podía sentir cada vello de mi piel, el
sol que acaricio mi espalda desnuda, avanzaba y tomaba forma en mi cara,
retrayendo mi pupila.
¿Cómo encontré aquí? En un instante mi vida cambiaría
y yo aquí viéndome a detalle, volviendo en un flash back y abstrayéndome a un Flash
forward que solo marea mi mente. Y es que todo lo ya conocido, se vuelve nuevo y
desconoces su piel, como desconoces la tuya. Quizá el día no podría estar más
blanco ya, no más que yo.
El crujir de la torre más alta, en un estrepitante
canto sonoro, era la señal. El tiempo podía volver a su curso y desvanecerse
ante mis ojos, como siempre lo había hecho. Aquella primera vez que le vi fue
diferente, el sordo ruido de mi voz ahogada, salía en fragmentos ante sus
preguntas que maquillaban mis mejillas en el rojo más vivo.
Ya era hora. La sangre que inunda mi cuerpo se a
galopaba en mis piernas con fuerza, al paso veloz con que corría casi podía ver
al destino sonriente, irónico, acompañando mis zancadas largas por la
inmensidad de esas escaleras. Nunca antes había corrido así, quizá le ame de
verdad, pero en ese instante no había más mariposas en mi estómago que me
hicieran vibrar, quizás las vomite de nervios o tal vez solo se escondían en el
inmenso manto que ondeaba en espalda.
Subí la mirada un poco más lento en el último escalón.
Pero la iglesia callada y llena de flores, se encontraba vacía de su ausencia.
Mi mirada perpleja dejo escapar un poco de alivio acompañado en llanto. La
novia al altar, sola.
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