Por: Alexis Guerrero Lomelí
La luz de la noche rasgaba mi espalda, como sus dedos
ardientes marcaban mi piel. El aire nos era robado por el desenfreno de
nuestros muslos ahogados en las sabanas y las gotas de sudor empapaban en miel
cada poro agitado, que ahora se abría como flor al sol.
Mire sus ojos por entre las olas de vapor que exudaban
nuestros cuerpos, preparados así a la explosión más sublime: la suya contra la
mía en el fuego interminable que nos unía. Y en el cristal de su reflejo, pude
verme temblando, tiritando ante el verbo que ahora recorría mi piel: traición,
había consumada el amor de otro.
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