Por: Ivonne Fabila García
Había una vez un gato negro con las patas, la panza y los
bigotes blancos. Ojos verdes y algo flaco. Se llamaba Merlín. Vivía a las
orillas de la ciudad, en un callejón, donde habitaban muchos gatos, unos grandes,
otros chicos, gordos, flacos, rayados, pintos y más, que en las noches buscan
socializar.
Merlín tenía muchos años viviendo ahí, desde su niñez.
Conocía la zona con exactitud y también sabía cómo eran las cosas ahí. Los
gatos del callejón lo respetaban por su prestigio. Pero a pesar de eso quería
mudarse a otro vecindario en la ciudad, uno lujoso y de re nombre. Él quería
lucir como gato de alta sociedad. No era tan fácil salir del callejón. Por un
lado, había gatos envidiosos que no les gustaba ver que otro gato tuviera
mejores cosas que las suyas y obstaculizaban su salida. Y por otro, a los gatos
de lujo no les gustaban que los gatos precarios se mezclaran con ellos.
Este gato de bigotes blancos comenzó a compartir con algunos
amigos sus ideas de buscar otro lugar donde vivir, diferente del callejón. Era
fácil pensar que desistiría, pues sus amigos sólo le hablaban de los problemas
que podría tener al intentarlo. Así que decidió dejar de platicar de eso con cualquier
otro gato y mantener sus sueños en secreto.
Un día muy temprano en
la mañana salió del callejón para ir a explorar nuevas zonas de la ciudad. A esa
hora, la mayoría de los gatos ya habían regresado a dormir. Ese primer día no
fue muy lejos, estaba asustado. Era la primera vez que salía.
Sus salidas comenzaron a ser frecuentes y cada día llegaba
más lejos.

Mientras tanto, Merlín hacía ya un par de días que había encontrado
el vecindario ideal donde le gustaría vivir: un lugar espacioso, con calles
limpias, jardines con flores, casas grandes y bonitas. Había uno que otro
perro, pero no le vio problema, pues en general eran pequeños que, con correa,
sólo los sacaban a pasear sus dueños.
El vecindario no era como el callejón: donde había cajas,
pequeños espacios cubiertos por diferentes materiales como telas, cartón, o
incluso alguna lata en donde los gatos usualmente hacían sus casas.
Este lugar era tan limpio y ordenado que no encontraba ni un rinconcito en
donde habitar.
Ya conociendo mejor esta nueva zona, por fin decidió
visitarlo de noche, para ver cómo eran los gatos que poblaban ahí. Quizás hasta
preguntarles si ellos sabían en dónde podría encontrar un lugar en donde vivir.

Merlín llego lleno de ilusiones y esperanzas, al lugar
en el que pensó sería su nueva morada, pero los gatos del vecindario no lo
recibieron con los brazos abiertos como él esperaba, por el contrario, se
unieron entre ellos armando una gran pelea, ya que no les gustaba que gatos de
callejón invadieran su preciado territorio. Los maullidos se escuchaban desde
lejos. Obviamente, entre tantos gatos, Merlín llevaba las de perder. Quedó
tirado a una orilla de la calle, mal herido y casi sin poderse mover contempló
la salida del sol. Incluso pensó que sería la última vez que lo vería.

La señora adoptó a Merlín, lo atendía y mimaba. El afecto era
mutuo, aunque ella le cambio el nombre a “Suertudo”, pero a él eso no le
molestaba.
Los gatos del vecindario, al ver que fue adoptado poco a poco
lo han ido aceptando.
Ahora después del trágico suceso y gracias a la
bondadosa señora, el gato de los ojos verdes y bigotes blancos vive feliz en un
nuevo y verdadero hogar, en el vecindario que algún día había soñado.
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