Por
Ulises Escobedo Hernández
Corazón que bombardea sangre, las rodillas bailan, latir
angustioso cada vez más recio, puro, incontrolable. Alma inundada, encharcada en pena y dolor. Tifones en el alma. Luego el silencio. Un vacío en el pecho, heraldo negro de la muerte. Equidna llora la partida del mar seco. Sudor como cohete frío y espeso. Pesadez
de concreto en los pies. Luego la luz y de nuevo
la oscuridad. Tic en los dedos en un movimiento trémulo y perpetuo. Labios
rojos y febriles que claman piedad. Imágenes grises y sepias de muerte y de
dolor. La penumbra acecha. Lágrimas perpetuas con sabor amargo. Cada paso: un
infierno. Se termina el
viaje. Quimera efímera sangrienta entre diamantes. Temblor en las
extremidades, y el frío. Gerión derrumba la esperanza: nada queda ya. Chasquido de
huesos y dientes ansiosos. Los truenos que da la vida en tono rojo con sabor a
sangre. El diluvio de pájaros negros. Inseguridad en el rostro, las
fotografías de la vida. Ortro: custodio de los sueños escarlata del miedo. El ajedrez de dios. Nocturna
elegía de los olvidados.
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