Por: Francisco Ignacio Barrientos Jiménez
Todo se mueve. Círculos, cuadrados, rombos y espirales pasan frente a mí. No sé qué ocurre ni tampoco dónde estoy. Solo escucho las líneas siento cómo rozan las formas como piso las aristas y como me encajo las
esquinas.
El circulo corta mis ojos.
El rojo comienza a sangrar. No son mis ojos son más grandes. Su brillo es
distinto, no dejan de llorar. ¿Dónde está mi mirada? No logro
ver los rostros no distingo los colores no sé por dónde camino. Sigo
llorando lágrimas rosas.
El cuadrado rasga mi mejilla
.
Pliegues Un cuadrado tras otro y otro Líneas todas muy
juntas, líneas secas, caídas, blandas Es piel, pero no mi piel Tiene una
textura antigua, cada línea es un día, un mes, un año, una vida. Debo
detenerme, no puedo dejar de tocarme. Mi rostro se transforma, me siento
pesado, mi cara cae. El tiempo no se detiene.
Un rectángulo aplasta mis labios.
Mi voz ya no existe no puedo abrir mi boca. ¿Cómo era mi
voz? Aguda, fuerte, resonante, baja, imponente, sumisa. Ahora mis labios son
grandes ocupan lo que antes fuera todo mi rostro, no tienen forma un lado es
grande y el otro pequeño. Son enormes. Pero de sus grandes puertas no sale
ni un silbido.
Un rombo deforma mi nariz.
Es azúcar es basura, ¿soy yo? Ese olor es insufrible se
inyecta en mi nariz de forma punzante, como si fuera una esquina que se va
encajando en mi rostro, la punta se hace más ancha no siento que sea una esquina
ahora parecen tres. No distingo los olores algo crece en mi rostro. Algo que
no es mío pero quiere ser parte.
Un óvalo destruye mi mente.
Todo va uniéndose son pedazos fragmentos que quieren ser
uno solo pero no consiguen unirse. Todos se repiten, la misma forma el mismo
color el mismo patrón. Buscan ser una unidad pero no son más que una masa. Ya
no hay un circulo hay miles no hay un cuadrado hay millones ya no hay un
rostro hay billones. Ya no existe mi rostro. Ya no existo yo.
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