Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

13 nov 2017

Evaluación Final



Noche estrellada


Por: Felipe de la Rosa Rivera


Un sol transparente lo despertó después que al resto. Su primera sensación, un agudo frío en la espalda, seguida por el habitual desconcierto que le provocaba saberse, en cierta medida, separado de sí mismo. Su esencia, de polvos y aceites, se sentía más parca que fina. “Experimental y seguramente inestable”, era como le describían a menudo.

Yacía expectante. Lo único que lograba observar era un amplio techo abovedado, totalmente extraño a su memoria. Una inexplicable melancolía se apoderó de él. El aire que respiraba no era el húmedo, cálido y alegre que disfrutó meses atrás, cuando danzaba entre jarrones y girasoles. El que ahora le asfixiaba era seco, espeso, y demencial

Los instantes transcurrían con lentitud, infinitamente extendidos por suspiros angustiantes. “¿Dónde está él?, ¿Por qué tarda tanto?”. La gravedad lo arrastró un trecho: un poco, lo suficiente. La brecha que lo separaba del resto cedió mansamente, se dio cuenta que no estaba solo. En esa postura el brillo de sus ojos resultaba vano, aun así, los buscó; de reojo, una y otra vez.

El oscuro silencio de la habitación se iluminó bruscamente y su cuerpo se aceleró con violencia. Después del vértigo inicial finalmente se sintió seguro, en las manos de aquél que tanto había aguardado. Su ser, ahora inclinado, se mecía suavemente bajo el ritmo de barbas rojizas en las que habitaban molinos, carbones, amores, y libros. Un sencillo giro inesperado orquestó el glorioso encuentro con dos mares turquesa. Los miró y lo miraron, les sonrió y le sonrieron, les lloró y le lloraron. El momento se abandonó a la eternidad, y la razón, al arte.

Un tímido cosquilleo se introdujo en sus entrañas (alegres y amarillas), y después de unos segundos, un trago de trementina. Se acercó al lienzo, azul y doloroso. Intentó acariciarlo, pero una cobarde indecisión lo detuvo bruscamente. Suspendido a pocos centímetros de la inmortalidad la pasión que le guiaba comenzaba a extinguirse.

Con muy tímidos pasos retomó su camino, gobernado por dogmas labrados en la tradición holandesa. Bordeó el lóbrego ciprés y encendió un pequeño rezo junto a la iglesia; le fue imposible entrar, y la dejó en silencio. Se bebió los sollozos y deambuló en las calles, ¡cómo había de dormir con los sueños tan vivos! Descendió por el valle con andares ligeros, al abrigo de la eternidad de la noche


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