Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

13 mar 2014

La casa con puerta amarilla


Por: Citlalli González Pérez



Damián Domínguez despertó aquella mañana como si fuera cualquier otra de un día típico. Al bajar las escaleras, su esposa lo esperaba con la taza de café y el periódico. Con un beso se despidieron y subió al coche en el que recorría siempre la misma trayectoria. Pero algo era diferente. En lugar de voltear a la derecha en la calle Olivos, giró a la izquierda. Cabía incluso la posibilidad de que esta variante fuera un error; aún podía tomar el retorno y regresar al área específica en que giraba su vida. Pero no.

Aparcó en una calle repleta de grafiti, la basura casi cubría la línea de la acera. Las personas lo miraban como si su traje y su convertible le negaran automáticamente el acceso a esas colonias. Caminó hacia una casa de puerta amarilla que parecía ya conocer, y tocó el timbre. Nadie salía para atender.

Recordó, cómo tiempo atrás, su versión infantil recorría las mismas calles de banquetas sucias y paredes rayadas. Era casi gracioso ver un niño tan pequeño cargando una mochila que le duplicaba el tamaño. Se detuvo un momento frente a una casa de puerta amarilla y esperó hasta que su mejor amigo saliera. En una situación normal, un niño de esa edad caminando tan temprano por las calles hubiera parecido una locura, pero todos tenían cosas más importantes qué hacer que andar cuidando a un escolar.

Unas cuadras después, llegaron a la escuela. Se acomodaron en el salón y comieron su almuerzo a escondidas, mientras la maestra explicaba la lección del día.

El timbre sonó finalmente. Indicaba la salida y los dos amigos seguían juntos. Bajaron las escaleras hablando de naderías. En el camino de regreso a casa, andaban con paso casi sincronizado hasta que un par de pies se detuvo. Uno de los dos aguzó la mirada, parecía sorprendido por ver a la persona que se había parado frente a ellos. El hombre que se postró ante los dos niños era una leyenda entre los habitantes de aquellas colonias. Los tatuajes en forma de hierba, que le inundaban los brazos, contaban la historia de su ocupación. Tenía una mirada siniestra, y sonreía levemente pero sin una gota de felicidad. Damián también se detuvo.

-¿Qué pasa? -preguntó Damián ante la parálisis de su amigo.

Se puso en movimiento, sumisamente caminó hacia el desconocido dejando atrás a Damián. 

¿Por qué nadie atendía a la puerta?, se preguntó Damián, Decidió partir. Entonces apareció de entre los callejones descuidados un hombre más o menos de la misma edad. Necesitaba dinero, no había probado bocado en todo el día y las drogas no se pagarían solas. Apuñaló al hombre que vestía de traje y hurgó, entre sus bolsos del pantalón, en busca de su cartera. Cuando encontró lo que buscaba, dejó el cadáver allí y entró a la casa de puerta amarilla. Mientras saqueaba la billetera que acababa de robar, encontró la identificación de su reciente víctima. Damián Domínguez, ese nombre lo conocía.



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