Por Angélica Vilet
Es una tarde de abril. Me imagino muerta sobre mi
blanca y suave cama.
Fui madre, diseñador y amante fiel del dibujo. Mi
cuerpo está rodeado de bellas flores multicolores, que desprenden el aroma que
tanto amé en vida: los jazmines. No he muerto sola. Estoy en mi hogar, que hoy
uso para albergar artistas jóvenes y ancianos, rodeada de amigos que imaginan y
crean esperanzas, que pintan sus vidas, dibujan sus frágiles sueños, juegan y
crean. Mis pequeños nietos, brincan y corren en el jardín, siento no verlos
pero los imagino. Mis hijos, rodean mi cama, me acarician, sonríen, recuerdan
los momentos que en vida compartimos juntos. Mi familia como siempre, está ahí.
Los grandes platican y recuerdan, los más chicos llevan un dibujo que me han
hecho antes de morir, lo pegan en los muros, junto a mis obras. El cuarto
parece una sala de exhibición. Sí, ¡yo amaba las muestras de dibujos! Pues en
ellas vi siempre, el alma de las manos que los realizaban.
Me veo desde arriba, inherte, tranquila, con una
sonrisa dibujada en el rostro, relajada como quien disfruta morir, y haber
vivido lo suficiente. Acompañada de lo que quiero y de quien me quiere. Estoy
en una cama rodeada de globos y serpentinas, dibujos, grabados y bellas poesías
escritas por todos mis amigos poetas, aquellos que escriben a diario sus
historias, sus cuentos, su vida. Lo sé. Así murió también Maurits C.
Escher, a los 73 años de edad, mi gran amigo, uno de los dibujantes más famosos
del mundo. Millones de personas lo admiraron, por sus grabados hechos con
estructuras imposibles. Excelente ilustrador de libros, grabador, diseñador de
tapices y muralista. Quisiera haber sido como él, lo admiro, lo conocí cuando
aún era estudiante y Escher no se distinguía por serlo, sacaba malas notas en
todas las asignaturas, excepto en dibujo, razón por la cual, comenzó a
interesarse por las técnicas de grabado. Fue increíble la genialidad de Mauk,
como lo llamaban cariñosamente sus padres. Tenía una capacidad
enorme para explorar en sus obras conceptos matemáticos, como la
lógica del espacio, las paradojas y las figuras imposibles. Todos ellos,
cualidades que le admiraba. A lo largo de su vida, se obsesionó cada vez más
por la técnica de rellenar el plano con figuras, tanto, que se volvió adicto y
obsesivo. Adicto, adicto, adicto… No sé si sea esa la palabra para crear la
genialidad, pero a final de cuentas, Escher amaba lo que hacía.
Yo he muerto amando lo que hago, tal vez si llevé
una vida adicta. Fui incondicional a mis hijos, fiel seguidora del lápiz y el
papel, incondicional del diseño. ¡Pasión
es la palabra que definió mi vida! Ahora lo comprendo ¡Mauk y yo fuimos muy
parecidos!
Siempre he dicho que en la vida, los
cambios encierran un proceso de movimiento interno y de aprendizaje, lo difícil
es decidir cuánto es lo que deseamos cambiar y bajo qué circunstancias. Recuerdo
cuando tuve que decidir qué estudiar, mi vida cambiaría completamente. De estudiar
en un colegio de monjas, a pasar a la Universidad donde nadie te protegía ni
cuidaba, donde estaría conviviendo con hombres y mujeres. Imaginé que no
podría. El mundo se abría para mí de una manera exorbitante. Fue en la escuela
donde conocí a Escher y su obra, pero más que ello, conocí a la persona
sensible y solitaria, de inmediato me identifiqué con él. Su pensamiento
complejo y su amor por el dibujo. Su pasión por lo que hacía y su obra
imaginativa.
Me sentí en familia. Reconocí en él la metamorfosis.
La idea de que una forma o un objeto se convierten en algo completamente
distinto, era uno de sus temas favoritos. Y ahí entré yo, lo comprendí, y me
comprendí. Me estaba convirtiendo en alguien completamente distinta, de monja
pase a loca, de rezar todo el día pasé a casi no hacerlo, de falda pasé a
pantalón, de pelo largo pasé a corto como un chiquillo, de amigas pasé a
amigos, finalmente, me rebelé. Mi panorama sobre la vida cambió. Pero pronto me
adapté y mi vida universitaria transcurrió. Escher tomó su camino y yo el mío.
El destino nos separó, sin embargo el dibujo nos seguiría uniendo por la
eternidad.
Recuerdo dibujar desde chiquilla en las mesas, en
el piso, en la tierra. Hacerlo, me convertía en una solitaria: la niña que se
separaba de todos para hundirse en las profundidades del papel, sola, mis
lápices y yo. Y aunque fui la séptima de diez hermanos, ambas virtudes: el
dibujo y la disciplina, se convirtieron en mi forma de vida. A mi memoria viene
la historia de Cassandre, cartelista y diseñador gráfico francés, admirado
artista del Art Decó, quien desde pequeño, dibujaba en la arena todo el día,
sin lápices, sin colores, únicamente sus dedos y manos. Igual recuerdo a
Christy Brown, el protagonista de la película irlandesa de 1989, “Mi pie
izquierdo”, un pintor, poeta y escritor irlandés, aquejado de parálisis
cerebral quien, con el apoyo de su voluntariosa madre, echó por tierra todas
las barreras que impedían su integración en la sociedad al aprender a usar su
pie izquierdo para escribir y pintar, y fue tanto
su amor por hacerlo que su vida entera la dedicó a ello.
Dibujar, es desnudar tu vida al trazar, ver la
realidad de tus pensamientos a través de una línea, rozar el papel con la punta
de grafito en armoniosa melodía. Dibujar, es un loco idilio entre el lápiz y el
papel. Es olvidar el mundo real y sumergirte en las profundidades de un espacio
blanco y puro. ¿o, no?
A mi memoria viene el dulce recuerdo cuando tuve a
mis hijos. Crecieron y llegó el día en que ellos también aprendieron a dibujar.
Maurits fue su fuente de inspiración. Sus trazos básicos, cuerpos sin cara,
rayas infantiles que inundaban todas las libretas de casa, colores regados por
el piso y hojas blancas al por mayor.
Sigo en cama, fría, tiesa, sin vida, me veo,
recuerdo y trato de comprender. Los lápices y el papel, mis compañeros
eternos.
Junto a ellos, te pregunto:
¿Qué
influencias puedes tener en la vida para ser como eres?
¿Mi madre, cuya perfección y cariño en todo me
llenaba de amor o mi padre que retrataba todo lo que veía con su cámara réflex
de Kodak?
¿Mi maestro Rafael López Castro con sus dibujos
fantásticos que narran historias de vida o Gunter Kieser que mezcla el color en
sus carteles de forma inusitada? ¿O tal vez Vicente Rojo, maestro de maestros
del diseño o bien el admirado Escher, con sus figuras imposibles? o ¿Quizá el
ver a mis hijos dibujar todo el día, con esa inocencia que deseo que perdure
por siempre?
Hoy mi vida llegó a feliz término.
A todos ellos dedico mi vida.
Tu historia es mi historia, tu vida es la mía. La
tome y me formó, te siento y me sientes. ¿Qué más puede puedes pedir en la
vida? Haber realizado lo que amas, vivir con quien amas, escribir tu historia y
morir así como lo he hecho yo.
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