Es una ventana por la cual descubrimos la posibilidad de nuevos mundos narrativos. Son escrituras que experimentan con emociones figuradas desde el relato.

Taller de expresión escrita. Facilitadora: Margarita Díaz de León Ibarra

4 jun 2015

Desgracia del puñal

Emmanuel Martínez Rangel.


Un hombre de mediana edad, paranoico, malos hábitos, desorden de personalidad, homosexual.
Una habitación blanca con paredes visiblemente sucias. Un librero lleno de libros en la parte posterior.  En la esquina superior izquierda hay una mesa con varias botellas de destilados, licores, vinos,  dos copas, cuatro vasos bajos y anchos de octágonos. Un gran escritorio de roble (estilo barroco)  lleno de hojas, notas y varios libros, también sobre él hay dos lámparas. El escritorio está esquinado entre la ventana y el librero (esquina superior derecha) viendo hacia el público. En esa esquina detrás el escritorio hay una gran silla de madera con cojines rojos. La pared izquierda tiene letras visibles, toda la pared está escrita por notas propias de él (firma al final solo con: mara). En la esquina pegada a la cuarta pared (publico) hay un pequeño buró y arriba de este un tocadiscos, se escucha música clásica durante toda la obra (volumen adecuado).  En la esquina inferior derecha hay un reclinable que hace juego con la silla roja, hay un tapete (alfombra) donde predomina el negro con detalles en rojo y ocre justo al centro de la habitación. En el techo hay dos lámparas, una apuntando hacia la izquierda (pared hecha leotardo de caligrafía). Al centro la  otra de estilo clásica. En la cuarta pared está el marco de la entrada a la habitación. En la pared derecha una ventana con una cortina rojo quemado con detalles en azul. Dicha ventana se mueve con el aire de la calle. Durante toda la obra se escuchan ocasionalmente varios autos afuera. Comienza a llover dos minutos iniciada la obra (por la ventana nunca entra luz), durante la obra se puede escuchar cómo se incrementa la intensidad, se convierte en tormenta. En el transcurso, las lámparas cambian su intensidad y la música se  va en esos cortos lapsos hasta que se normaliza la iluminación (variación de voltaje)  justo antes de cerrar el telón (al final) hay un gran estruendo y todo se apaga.

(Antes de que se levante el telón)
Estúpidos, estúpidos, estúpidos todos. Joder vida mía, joder, jódete.
(Se sube el telón). 
(El hombre sufre una crisis existencial producto de su homosexualidad. Se confronta durante toda la obra y critica en demasía su ya visible flácido y descuidado cuerpo. Tiene un ataque de ansiedad: está tirado en el piso viendo al techo. Da un par de caladas justo antes de ponerlo donde yacen un gran número de colillas en el cenicero. Enciende otro alcanzándolo desde la cajetilla que tiene en el bolsillo izquierdo).
¡Maldita sea! (grita), jódete, por qué me haces esto a mí, tonta sociedad ingrata.
(No deja de ver hacia arriba, desde el público sólo se ven sus pies).
Joder, eres una estúpida... ¡maldita mocosa!  
(Se levanta. Da una última calada).
Por qué  no puedo solo ser feliz con esto que soy, por qué no puedo.
(El hombre tiene un ataque de ansiedad, no tiene la “llamada inspiración” tan aclamada para un artista.  ha tomado desde hace dos horas, se está fumando un nuevo cigarrillo).
¡Maldita puta! ¿Quién te crees que eres, para llegar hasta mi puerta y decirme estupideces como éstas? ¡Qué carajo le importa lo que yo haga en mi pieza!  
 (Se dirige a servir un poco de licor. Llega a la mesa y la oprime con ambos nudillos. Ve la mesa).
¡Maldita sea! 
(Grita, mientras levanta la mirada. Reniega con la cabeza mientras vierte licor en su vaso. Regresa la botella y bebe todo de un trago.  Hace un gesto mientras lo traga. Vierte de nuevo sobre el vaso).
¡Joder, me he quedado seco! Cómo no puedo hacer ni un puto verso. Por qué tenía que venir la mocosa a insultarme, si a Dalí nadie le decía nada, ¿o será en realidad que no debería de importarme? Pero, carajo sus palabras fueron tan fuertes. Cómo se atrevió, cómo pudo decirme eso: que le importaban mis gustos, que le importaba a Marianito en secundaria que quisiera besarme con Andrés, que de Joaquín cuando nos besamos y al siguiente día frente a todos me tiro un puñetazo hace algunos años.
(Suelta un golpe a la pared. Recarga el nudillo en la pared. Así se queda un rato. Parece que se va a quebrar en llanto). . 
¡Miserable! Has cargado con todo. Me importa un pito que te hayas ido, que te hayas llevado tu cuerpo y todo lo que alguna vez te he escrito, pero por qué te llevaste mis ideas, mis sueños mi todo. ¡Maldito! Me daba lo mismo si no volvíamos a leer literatura juntos, si los versos de tu piel no los volvía a ver. Pero por qué no me dejaste ni uno, ni una maldita línea a la cual agarrarme, de la cual hacer una historia, por qué no me dejaste algo… joder… ¡Jódete!… ¿Por qué no? ¿Qué te costaba maldito indeseable? ¿Que te costaba regalarme una sonrisa más? ¿Por qué el jódete, pendejete? ¿Por qué no puedo escribir nada? Y luego la maldita puta viene a decirme no sé qué majaderías... ¿Qué mierdas le he hecho yo? ¡Carajo!
(Da un pequeño trago. Camina hacia la ventana. Jala la cortina. Al hacerlo, se escucha con más intensidad el golpeteo del agua contra el asfalto).
Mierda, qué triste… 
(Se queda viendo por un lapso no mayor a treinta segundos. Regresa la vista hacia el reclinable. Deja el vaso en la orilla del escritorio y comienza a revisar sus bolsillos. Saca de su bolsillo izquierdo su teléfono móvil, pero no tiene batería).
Maldita sea, nada funciona hoy. Maldita noche.
(Tira violentamente su teléfono contra la pared. Evidentemente se rompe).    
¡Joder!
(Toca brutalmente su rostro).
¡Ya no puedo más! No puedo contigo, ¡maldita puta! Ni con aquella, la otra, y con ella, todas,  Todos, esos que me ofenden, malditos irracionales de porquería, qué les he hecho yo, que no me he metido con nadie durante toda mi vida.
(Da un paso en falso y cae sobre la alfombra). 
¡Puta vida!
(Se levanta con dificultad, se nota el esfuerzo esta muy ebrio en este punto. La llovizna es tormenta). Va a rellenar su vaso).
Los odio a todos. No vale la pena seguir aquí, no vale la pena, no vale la pena.
(Grita eufóricamente) 
¡No vale!
(Se fuma el último cigarrillo. Está muy ebrio para dar mas de dos caladas, lo tira al suelo. Alcanza un cuchillo sobre la mesa con su mano izquierda, lleva  su trago en la derecha. Se dirige hacia el escritorio. Se deja caer sobre la silla, (estruendo de un rayo cercano. A la vez se apagan las luces.
Dura un tiempo así, sin escucharse nada hasta  que el sonido que produce un vaso al tocar el piso y romperse perturba el ambiente. Regresa la luz. El hombre tiene el cuchillo encajado en el corazón.
Se cierra el telón).   


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