La risa duele
por Eric Isaac Galván Lara
La risa duele, créeme, la risa
duele mucho. Aún recuerdo cuando a los seis años de edad la mayoría de lo que
acontecía en mi vida eran risas y juegos, sin preocupaciones más allá de si ya
termine la tarea para salir a jugar, de si ya llego la hora de mi programa
favorito. Todo es tan fácil cuando se es niño.
Por ello digo, la risa duele.
No en el momento. Duele con el tiempo, con los días como hoy en que me siento
frente al ordenador y comienzo a recordar. Y es que díganme, ¿Cuántos de
nosotros no nos paramos un momento en nuestras vidas a pensar sobre lo felices
que éramos cuando pequeños? ¡Y ni siquiera lo sabíamos! Ya sea porque tuvimos
un mal día en el trabajo, porque nuestra vida en el amor apesta o, simplemente,
porque nos aburre nuestra vida de hoy.
La niñez nos marca a todos. Somos
lo que sea que somos hoy por nuestra
niñez.
Recuerdo, por ejemplo, la
primera vez que visite la ciudad de México. Tendría seis años y era la primera
vez que visitaba esa gran urbe. No es necesario ni decir lo fascinado que
estaba; para un niño siempre es increíble conocer. Pero nada me fascinó tanto
como la música que escuchaba por las calles, una tan distinta de la otra.
Pero de entre todas ellas la
que llamo mi atención fue una balada, con una voz grave pero reconfortante. Era
“el Rey” Elvis Presley, lo reconocí gracias a que mi padre me había mostrado
vinilos de él, pero esa canción me era completamente nueva “Wise men say only fools rush in, but I can’t
help falling in love with you…”.
Era simplemente increíble, una
simple frase que quedo marcada en mi mente. Sin duda “el rey” lo había hecho
bien si aquel niño que poco sabía del amor se había conmovido de esa manera.
Incluso pensar en esa escena
ahora, me hace sonreír. Y sonreír duele. Duele, no por lo que representa, sino
por lo que deja fuera. Y es que si vemos atrás, cada vez que pensamos en los
momentos durante los que hemos reído es inevitable preguntarnos, también, si
algo así se repetirá de nuevo.
Pero no hay que perder de
vista que la risa (la felicidad en si
misma) sucede bajo ciertas circunstancias. Los científicos lo explican con
un simple proceso químico. Nada más.
Solo un proceso basado en la
liberación de un enzima llamada serotonina, cuyos niveles en nuestro sistema
regulan nuestro estado de ánimo. “Sentirse bien” es el resultado de que la
serotonina haga bien su trabajo.
Incluso recomiendan alimentos
como el plátano y las almendras para aumentar los niveles de serotonina en
nuestro cuerpo.
Como si las cosas fueran tan
fáciles.
Incluso un psicólogo de
Princeton, Barry Jacobs, se opone a esta idea (“la producción de serotonina está directamente relacionada a los
procesos mentales de la persona”).
Uno no puede pasarse la vida
riendo, pero tampoco llorando. Y para mí, la música y especialmente el blues ha
sido mi regulador.
El blues nació para ser
lamento, por ello no todas las cosas se pueden cantar en un blues. Es el
lamento de la vida. Un grito de dolor surgido en el Mississippi. Y como grito de dolor llego a mí.
Recuerdo que mi tío Fabián fue
el que me acerco al blues. Él era un hombre entrando a sus treintas,
divorciado, con una niña de tres años de edad y hasta el cuello de deudas. Ante
estas circunstancias, cualquiera podría esperar a alguien decepcionado de la
vida. Pero no de él.
Era común verlo sonriendo, no
te contestaba de mala manera y era muy amable Aunque con ver sus ojeras te
podías dar cuenta de que tan mal lo pasaba. Y adivinen que escuchaba. Si,
escuchaba blues.
B.B. King decía que la “música
es vida: lo pasado, lo que hacemos y lo que seremos”. Y con mi tío Fabián me quedaba claro. Su
afición por el blues era un canto a su vida. Siempre penando pero buscando un
futuro mejor. Salir de su cuenca de Mississippi.
Mi tío se convirtió en mi
héroe y el blues en mi voz. Y esa misma voz del blues es la que me hace hablar
hoy y escribir una y otra vez:
“La
risa duele. Duele no por reír, sino por lo que queda al terminar. Pero duele
más el no penar y no conocer el trago áspero y reconfortante que deja un blues
al sonar”.