Por: Carlos Francisco Grimaldo Alcántara
Nostalgia
y soledad. Los sentimientos que inspira esa casa. Almacén de amargura, llena de
polvo y en extremoso clima, calor abrumador y con las noches más frías. Incluso
las flores se rehúsan a crecer. Solo está allí un campo de girasoles marchitos,
que intenta dar un poco de vida y alegría al alma de esa pequeña niña.
Pasea
sola, hunde sus pequeños pies en la tierra suelta y tropieza con las rocas más
prominentes que se encuentran alrededor del orfanato. Camina hasta llegar a su
lugar favorito en ese pequeño asilo de melancolía, donde descansa un campo de
soles, muertos, tristes y en agonía.
Ahora
se encuentra sola, ya no juega más con el perro, se lo han llevado a vender al
pueblo. Los víveres se han agotado, pero la promesa de un festín inunda la mesa
por la noche. Han regresado con éxito, varios kilos de carne son asaltados para
la cocina. Un buffet tremendo se ha servido, pero no logra llenar el vacío que
siente por dentro, en su corazón. La guerra le ha quitado todo incluso su única
alegría después de la felicidad.
Los
otros 15 niños del orfanato la han maltratado infinidad de veces desde su
arribo por ser la más pequeña e indefensa. Su corta edad la hace necesitar un
protector, el cual ha desaparecido en los días más difíciles. Solo desea un
beso antes de ir a dormir en esa fea litera, de madera apolillada, pero solo
recibe regaños: “¡Deja de llorar, que molestas a los demás!”.
Tantos
niños solos, han logrado hartar a sus guardias. Les han mandado por los
juguetes olvidados, en un viejo armario, grande y maltratado. La jovencita se
acerca tímida e inocente buscando una distracción de tan terrible realidad. Los
mayores han hecho su saña del día y le han arrebatado los mejores: pelotas,
canicas, muñecas incluso una bicicleta. Son muy pocos para todos ellos y nadie
la quiere en sus juegos. Se siente abandonada, permanece contemplativa frente a
ese tosco armario. En el fondo un chispazo de emoción brilla para ella. Le han
dejado un viejo y de vidrios estrellados formicario.
Decide
hacerse feliz, sale con su juguete, su nueva adquisición al jardín. Camina por
el basto campo de girasoles, coloca arena y algunas hormigas en su nueva cárcel
de amigas. Va por los pasillos presumiendo su nueva adquisición, amigas de
confianza que ahora se encuentran a su disposición. Subordinadas a su encanto.
Las observa mientras construyen su hogar, su mundo, dando una lección a esa
pequeña niña olvidada de lo que perdió y aquello de lo que quizás no vuelva a
gozar.
Aprende
de ese pequeño número de nuevos amigos, caminar y trabajar, construir y
fraternizar. Ahora lo tiene todo, su propio mundo, controlado en sus manos, ya
no le falta nada más, solo la felicidad.
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