Por: Marcela Del Río Martínez
Itzel era una
muchacha perfeccionista que aparentaba un orgullo de sí misma que en realidad
carecía. Aunque era popular entre sus compañeros del colegio, sólo tenía un
pequeño grupito de amigos con quienes se sentía cómoda, excepto que con ellos
se juntaba una chica llamada María, con quien siempre competía por la atención
de sus amigos.
Siempre se
encontraban en competencia continua, María era muchas cosas que Itzel no era,
un poco más relajada, más desinhibida, con un humor simple y habilidades que en
ocasiones sobrepasaba la capacidad de Itzel sin esfuerzo alguno. María solía
ser soberbia y alegrarse demasiado en estas situaciones, lo que hacía a Itzel
enojar y maldecirla para sus adentros.
Las cosas
siguieron ese ritmo hasta que un buen día, en una actividad extra-escolar, en la
que participaban estudiantes de todo el bachillerato y ninguna de ellas conocía
a nadie más, excepto la típica chica extraña y escalofriante de la que todo el
mundo se burlaba como “ESO”, pero cuyo nombre era Claudia. Claudia llevaba
acosando a su grupito de amigos por semanas, no les dejaba ni a sol ni a sombra
e incluso aunque iba en un grado menor y tenía otro horario, perdía clase para
acosarles, aunque no lo hacía de forma consciente, la forma de actuar de Claudia
suscitaba un rechazo inmediato en cualquier persona que supiera su sobrenombre.
En una mal
llamada “actividad de integración” en que un animador decía “formen grupos,
parejas, etc” Itzel y María quedaron como pareja casi al final del ejercicio y
posteriormente en el mismo grupo. El grupo de 7 personas que quedó, les tocó
hacer una reflexión y abrirse para con sus compañeros. Ese detalle despertó un
poco de simpatía mutua. Las dos enemigas, porque así es cómo se trataban
mutuamente hasta entonces, no tuvieron más opción que quedarse juntas y
alejarse de Claudia, que rondaba los grupos de amigos de una forma extraña.
Ellas, que no tenían amigos entre tanta gente que apenas conocían de vista y se
negaban a buscar aceptación para con todos esos compañeros de grupos cerrados,
se quedaron juntas y coincidieron al burlarse de la situación de Claudia. Ellas
no encajaban con sus compañeros, pero no se iban al extremo de ser extrañamente
escalofriantes o llamar la atención de forma estúpida y ridícula.
El tener que
unirse en contra de un enemigo en común hizo que Itzel y María tuvieran tiempo
para compartirse y limar todas las asperezas que hasta entonces, después de
casi dos años de vivir peleando por la menor nimiedad, habían causado un
desagrado por parte de ambas. Claudia se
paseaba entre los grupitos, y por alguna razón no insistió en juntarse con
estas dos chicas. Quienes después de experimentar una catarsis, terminaron
siendo muy buenas amigas.
Tan buenas
amigas que María aporto un poco de <Hakuna matata> a la vida de Itzel, y
ésta aportó un poco de más responsabilidad por las cosas que a futuro importan,
como la escuela. Ninguna considera ese tiempo de <enemistad> como tiempo perdido, porque conocieron la peor faceta de la otra cuando no eran tan cercanas y eso fortaleció mucho su amistad.
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