Por Citlali Covarrubias Reyes
Aquella mañana, miro por la ventana como si el destino la
llamara, los instantes pasaban fugaces cuando él la observaba.
-Podrías culparme a mí de haber arruinado tu vida, pero yo
no creo que sea así, después de todo he hecho lo posible por mantenerme alejada
de ti.
Respondió ella. Quien después de amarlo tanto describió la
realidad. Ella regreso MUERTA… palideciente… Era una más de esas personas que
literalmente habían muerto de por amor, por el dolor de sentir mucho más que
los demás, por el desgarre causado por la última mirada. En aquel espacio
blanco como las nubes, estampado de estrellas al anochecer, ella moría… Por no
soportar la adrenalina generada por la euforia de sentir el amor… Había muerto porque
era lo que merecía, descansar en paz.
-Toda mi vida he vivido rodeada de jueces, fieles creyentes
de que soy portadora de toda perversión humana… Y, tal vez desde su perspectiva
lo soy, pero toda percepción es relativa. Y yo, yo soy ese pequeño planeta
compuesto por infinito, orbitando alrededor de algo desconocido.
Replico ella,
que ahora estaba lista para morir, en sus brazos o fuera de ellos, pero
necesitaba matar el consumo desmedido del amor que sentía por el… Necesitaba
dejarlo ir… En aquel instante, cuando la mira, la soledad era tal, que las
estrellas comenzaron a caer y una por una golpearon más de una idea.
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